Lenguajes del silencio como coexistencia pacífica en víctimas sobrevivientes de la violencia armada en Chalán, Sucre (Colombia)1


Languages of Silence as Peaceful Coexistence in Victims Survivors of Armed Violence in Chalán, Sucre (Colombia)


Linguagens do silêncio como coexistência pacífica entre sobreviventes da violência armada em Chalán, Sucre (Colômbia)


María Hilda Sánchez Jiménez2

http://orcid.org/0000-0002-4902-7234

CvLAC https://scienti.minciencias.gov.co/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000001376

Colombia

Paula Natalia Rincón Isaza3

https://orcid.org/0000-0002-2564-1926

CvLAC https://scienti.minciencias.gov.co/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000184868#red_identificadores

Colombia


Para citar este artículo: Sánchez Jiménez, M. H. y Rincón Isaza, P. N. (2023). Lenguajes del silencio como coexistencia pacífica en víctimas sobrevivientes de la violencia armada en Chalán, Sucre (Colombia). Ánfora , 30 (55), 251-273. https://doi.org/10.30854/anf.v30.n55.2023.954

Resumen

Objetivo: en este artículo se tiene como objetivo comprender, desde las narrativas de víctimas-sobrevivientes de la violencia armada en Chalán, Sucre (Colombia, 1992-2007), el significado que ellas y ellos le otorgan al silencio como una forma de coexistencia pacífica. Metodología: desde la perspectiva del construccionismo social se hace una lectura del silencio como una forma de lenguaje que se articula a la memoria y el olvido, a la vez que permite interpretar cómo el silencio llega a ser parte de la vida cotidiana de las personas a tal punto que ellas resignifican generativamente este concepto como una opción de vida. Bajo estrategias articuladas a la investigación-acción-participación se crearon diálogos en los talleres colectivos y en las visitas a 30 familias víctimas-sobrevivientes. La información fue procesada con el apoyo del software Atlas ti 7. Resultados: se dio cuenta del silencio como acción de coexistencia pacífica, estrategia de protección y sobrevivencia. Conclusiones: las narrativas sobre el silencio redefinen el concepto y abren nuevas alternativas de sobrevivencia y nuevos encuentros a través de relaciones por vías no violentas. Se evidencia un giro del significado del concepto ‘silencio’, el cual tradicionalmente ha estado más asociado a mecanismos de represión, evasión y resistencias negativas; un silencio que protege la vida como un bien preciado.

Palabras clave: silencio; memoria; olvido; conflicto armado; coexistencia pacífica.

Abstract

Objective: The objective of this article is to understand, through the narratives of victim-survivors of armed violence in Chalán, Sucre (Colombia, 1992-2007), the meaning they attribute to silence as a form of peaceful coexistence. Methodology: From the perspective of social constructionism, silence was analyzed as a form of language that articulates memory and forgetting. Researchers interpreted how silence becomes part of people's daily lives to such an extent that they generationally resignify this concept as a life option. Under the strategies of research-action-participation, dialogues were created in collective workshops and during visits to 30 families of victim-survivors. The information was processed with the support of Atlas.ti 7 software. Results: Silence is an action of peaceful coexistence, protection, and a survival strategy. Conclusions: Narratives about silence redefine the concept and open new alternatives for survival and new encounters through non-violent relationships. There is evidence of a shift in the meaning of the concept of silence. Traditionally associated with mechanisms of repression, evasion, and negative resistance, silence is now recognized as a means of protecting life as a precious commodity.

Keywords: silence; memory; forgetting; armed conflict; peaceful coexistence.

Resumo

Objetivo: o objetivo deste artigo é compreender, a partir das narrativas das vítimas-sobreviventes da violência armada em Chalán, Sucre (Colômbia, 1992-2007), o significado que elas dão ao silêncio como forma de convivência pacífica. Metodologia: a partir da perspetiva do construcionismo social, faz-se uma leitura do silêncio como uma forma de linguagem que se articula com a memória e o esquecimento, ao mesmo tempo em que permite interpretar como o silêncio passa a fazer parte da vida cotidiana das pessoas a ponto de elas ressignificarem geracionalmente esse conceito como uma opção de vida. Sob estratégias articuladas com a pesquisa-ação-participação, foram criados diálogos nas oficinas coletivas e nas visitas a 30 famílias de vítimas e sobreviventes. As informações foram processadas com o apoio do software Atlas ti 7. Resultados: o silêncio como ação de convivência pacífica, estratégia de proteção e sobrevivência. Conclusões: as narrativas sobre o silêncio redefinem o conceito e abrem novas alternativas de sobrevivência e novos encontros por meio de relações não violentas. Há evidências de uma mudança no significado do conceito de "silêncio", que tradicionalmente tem sido mais associado a mecanismos de repressão, evasão e resistência negativa; um silêncio que protege a vida como um bem precioso.

Palavras-chave: silêncio; memória; esquecimento; conflito armado; coexistência pacífica .

Introducción

El municipio de Chalán pertenece a la Subregión Montes de María, ubicado entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Dicho municipio fue duramente golpeado por el conflicto armado en Colombia. A la fecha, 4.732 personas son consideradas víctimas (Registro Único de Víctimas, 2022), lo que representa a más del 90% de la población. «Su configuración geográfica se debe al asentamiento poblacional alrededor de la serranía de San Jacinto y a los factores culturales/étnicos presentes a lo largo de su historia» (Daniels et al., 2017, p. 14). En este sentido, uno de sus pobladores, quien es identificado como el historiador, agrega que las expresiones culturales y étnicas tienen que ver con su descendencia proveniente de los indígenas Zenúes que habitaron los valles de los ríos Sinú y San Jorge, al igual que los de la costa Caribe en el golfo de Morrosquillo, cuya economía estaba centrada en la agricultura y la ganadería. Es una población no violenta, dedicada a la domesticación de perros, gallinas, cerdos, ganado vacuno, caballar y asnal, así como el cultivo de yuca, ñame, maíz, plátano, arroz y tabaco (Yépez, 2017). La siguiente imagen muestra la ubicación de Chalán en el territorio colombiano (ver figura 1):


Figura 1. Ubicación de Chalán, Sucre.

Fuente: http://www.ovejas-sucre.gov.co/tema/mapas-313397


En este contexto, en el proyecto «Hilando capacidades políticas para las transiciones en los territorios» se considera a Chalán como un municipio objeto de estudio, atención y acción hacia la reconstrucción del tejido social y la movilización de espacios de construcción de paz. De este macroproyecto surge la investigación «Mediaciones simbólicas y psicosociales co-construidas por las familias de Chalán, Sucre: caminos para la transformación de conflictos», del cual se deriva este artículo. Dicha investigación exalta las voces de sus habitantes, quienes expresan que sus experiencias quedan en el olvido; no tienen la oportunidad de ser escuchadas-os y, mucho menos, de sanar sus heridas.

De la investigación-acción-participación, y desde una mirada construccionista social en los encuentros y conversaciones, el reconocimiento de voces personales y colectivas se convirtieron en un recurso dialógico que activó la memoria entre investigadoras e informantes4. En sus narrativas ellas y ellos incluyen el deseo de hablar sobre temas que no han sido escuchados; activar la memoria en función de sus conflictividades y estrategias pacifistas construidas, las cuales les han permitido, hoy día, ser víctimas-sobrevivientes y mediadores de paz.

En el marco del objetivo de la investigación, «Comprender el silencio como coexistencia pacífica en víctimas-sobrevivientes de la violencia armada en Chalán, Sucre», en el artículo se exaltan los relatos de la comunidad chalanera. En su contenido, las personas expresan historias relegadas al olvido; voces silenciadas en medio de una memoria viva, amenazas y miedos que aún están presente en su territorio y que hoy se agudizan con los nuevos eventos que emergen en Colombia.

La lectura de la información registrada desde sus voces y la participación activa de la población tiene un marco analítico e interpretativo basado en el construccionismo social. Este es un enfoque epistemológico desde el cual se comprende el silencio como una forma de lenguaje, en medio de construcciones narrativas de las personas que participan de un proceso reflexivo e incluyente. Es un enfoque que reconoce las experiencias, el lenguaje cotidiano y las interacciones dialógicas con su entorno sociofamiliar, al igual que las capacidades que la población tiene para afrontar situaciones de crisis y de vivir en medio de las huellas de silencio, memoria y olvido.


Referente conceptual

Lenguaje y memoria: una mirada socioconstruccionista

«A través del lenguaje no podemos decir cuál es la lógica de la realidad, simplemente podemos mostrar lo que uno piensa de ella» (Sánchez, 2018, p. 51). Con esta frase se da apertura a los conceptos de ‘lenguaje’ y ‘memoria’, desde el socioconstruccionismo y la hermenéutica. Allí las construcciones narrativas logran incluirse como un proceso reflexivo e incluyente, con una lógica sociolingüística en la que permanece el reconocimiento del lenguaje de la vida cotidiana. Siguiendo a Arregui y Betancur (2003), «El lenguaje ordinario es el lenguaje común, público, social, propio de una comunidad de hablantes, usado en el habla cotidiana» (p. 30).

Mediante los lenguajes como formas de vida cada persona es única en su expresión, en la elaboración de recuerdos y lugar en la memoria. Las personas focalizan y puntúan sus recuerdos, los expresan como parte importante de su vivencia. En este sentido, crean su propio estilo narrativo, mientras buscan un interlocutor que comprenda y le reconozca su relato. Compartir con otros es parte de la existencia humana, es «[…] una apuesta política, al tiempo que cobra importancia las narrativas como vehículo de la memoria» (Herrera y Pertuz, 2015, p. 151).

Al compartir se reconoce la existencia de algo que no puede ni debe ser olvidado, en tanto el olvido es una forma de borrar una parte de vida, algo de identidad y lenguaje, como suele suceder en contextos sociales de violencia. «El narrarse se configura, entonces, como una forma de lucha contra la desmemoria, que es también una forma de violencia» (Herrera y Pertuz, 2015, p. 157). La memoria compartida configura una alianza capaz de afrontar el silencio y el olvido. Es un hablar entre nos, a la vez que «[…] es un modo social de funcionar de las capacidades y técnicas de recuerdo, conmemoración y transmisión de la experiencia» (Haye et al., 2018, p. 23).

Estas acciones generadas dentro de nuestras relaciones se abren en un acto comunicativo que les es común en su vida cotidiana y ambas están articuladas a los procesos culturales (Gergen, 2006). Así mismo, los recuerdos y la memoria surgen del intercambio social y son mediatizados por el lenguaje. Mediante este último emerge un relato del pasado con narrativas presentes y futuras, y con algo de novedad.

Siguiendo Fried Schnitman (2010), lo anterior se consolida como una agenda generativa para reconstruir lo vivido, orientar nuevas ecologías sociales, perspectivas y acciones en formas de recursos, posibilidades, oportunidades, nuevos caminos, nuevas versiones de sí y sus circunstancias. Las personas abren coordinaciones dialógicas para resignificar el recuerdo, transformar algunos contenidos de la memoria, elaborar sentimientos y acciones, encontrar nuevas lecturas y promover nuevas estrategias de sobrevivencia. Parra (2014) plantea que estos espacios vivos de memoria, encuentro personal y comunitario fortalecen el tejido social y comunitario, al igual que transforman vidas con un sentido más digno, amoroso, esperanzador, feliz y humanizante.

En esta relación de lenguaje y memoria, Wittgenstein considera que en el acto de recordar se cruzan sentimientos, sensaciones, afectos y acciones intelectuales; tiempos de la vida cotidiana que dan identidad a las personas.

La memoria está viva en el recuerdo y en el acto de recordar se combinan cuatro factores: 1) recordar tiene un soporte empírico, de hecho surge comúnmente de una experiencia conectada con el ámbito sensorial; 2) está abierto a distintas reelaboraciones, plasmadas característicamente en el soñar, donde hace habitualmente su presencia el componente intelectual; 3) hay un tipo de recuerdo genuinamente reflexivo y cognoscitivo, que suele ser actualizado al hilo del pensar; 4) frecuentemente los recuerdos nacen bañados de afectividad y pueden motivar acciones o paralizarlas. Es la expresión más clara de la memoria. (Gil de Pareja, 1992, p. 244).

Por otra parte, Paul Ricoeur (2008) afirma que el recuerdo es el objeto de la memoria. Por ello, el olvido es una forma de muerte del recuerdo y una manera de eliminar toda forma de reconocimiento, porque recordar es una forma de reconocer. Es un momento en que la soledad de la vida es, por un momento y de cualquier forma, iluminada por la luz común del encuentro discursivo (Ricoeur, 1995). De ahí que las expresiones «Decir algo sobre algo» o «Decir algo sobre alguien» son manifestaciones vivas de la memoria, del encuentro con el otro: un punto de humanización y reconocimiento. En este sentido, las expresiones son voces narradas para mostrar cuánto significa y tiene sentido relatar sobre el recuerdo de una experiencia; aquello que no puede volverse silencio en el contexto del olvido, la soledad y la muerte.


Silencio y olvido

El silencio de las voces es la reacción de las personas cuando han estado enfrentadas a la violencia armada y obligadas a su propia deshumanización. La violencia les roba y asesina la libertad de crear múltiples formas de expresión mediante la palabra, el sentimiento, la emoción, la proxémica, el gesto, el arte, la cultura, los rituales, la espiritualidad y la creencia, que son parte importante de su identidad personal, social y cultural. Por ello, el silencio de las voces es el robo a lo más sagrado, íntimo y social que el ser humano pueda mantener mientras esté vivo.

Las personas en contextos de violencia, al no soportar el conflicto, reducen su vida al silencio que desencadenan miedos que parecen no resolverse (Ángel, 2007). Con el silencio de las voces se generan quiebres en la vida cotidiana de las personas. Se generan quiebres en sus lenguajes, los cuales no escapan de las secuelas ante eventos traumáticos que, tradicionalmente, son asociados a problemas mentales y psiquiátricos. Más que ser esto, y visto en contexto de violencias armadas, son reacciones humanas ante lo inesperado. «Uno de los resultados de la experiencia traumática es que pierde la conexión del sentido tan familiar de la identidad que se tenía» (White, 2016, p. 28).

Cuando estos eventos «[…] rompen la vida cotidiana de la víctima, vuelven su mundo un lugar hostil y ajeno a él y producen pérdida del control sobre su vida y trastocan su dignidad» (Rodríguez, 2015, p. 83). Eventos que menoscaban su libertad de expresión, su palabra, identidad y mundo social que quedan fracturados, le son sustraídos y, en ese contexto, surge el silencio. Es un mecanismo de ocultación y, al mismo tiempo, de desvelamiento en la reconstrucción de la identidad de la persona en un relato de violencia (Montes y de León, 2021). Es decir, hay privación de la expresión y lenguaje como condición de su identidad, sin la cual el ser humano desfallece y se confunde en su relación consigo mismo y con el mundo.

En este sentido, el silencio de las voces es fiel a la uniformidad, a la homogenización, unidas al adormecimiento del ser humano sometido al poder decisorio de otro que se representa a sí mismo o como parte de un grupo o sociedad amenazante. Es un otro cuya imagen es la muerte en cualquiera de sus expresiones: miedo, horror, pánico, ansiedad, dolor, sufrimiento, paranoias, entre otros. Es, en este sentido, una forma de juego contradictorio de quienes están en posiciones antagónicas y bilaterales de perseguidos y persecutores, buenos y malos, amos y esclavos, dictadores y obedientes, justicieros y ajusticiados, armados y desarmados, respaldados y desamparados.

El miedo es el arma de los que pretenden el adormecimiento del ser, cuyo objetivo es tener el control de las vidas del mismo. Las personas no realizan sus vidas según lo habitual por miedo a la muerte. Sus rutinas, costumbres y tradiciones cambian, giran hacia nuevas acciones de vida. Acciones como esconderse, huir, callar, entrar en vigilias permanentes que trastocan las rutinas del sueño emergen como forma de sobrevivencia. «La amnesia es a la vez supervivencia y desarraigo. En ella no hay pasado y tampoco hay futuro» (Ángel, 2007, p. 178). Las personas buscan formas de olvido que les permita no sufrir los recuerdos relacionados con las violencias en sus territorios, familias, amigos, vecinos y comunidades. Como dicen Montes y de León (2021), «A veces, lo experimentado en el pasado ha sido traumático, doloroso, vergonzoso o inmoral y sentimos la necesidad de olvidarlo, de ocultarlo a los otros ocultándonoslo a nosotros mismos» (p. 322).

En este contexto, las personas pierden claridad respecto a quién es el amigo o el enemigo; es decir, «Se necesita saber en todo momento quién es el amigo real y concreto, para determinar con quién se construye una relación de identificación» (Hurtado, 2013, p. 137). Se transforma el sentido de comunidad que gira en torno a la ayuda, a la protección y a la solidaridad entre quienes son nombrados como los conocidos. Toro y Henao (2022), al igual que López et al. (2016) coinciden en decir que el silencio es un mecanismo de defensa que permite vivir y proteger a los seres queridos.

En el contexto de la violencia armada, el silencio es una especie de laberinto sin salida. La gente no puede hablarle al Estado por temor a que sean revictimizadas. Por ello, se crea una relación paradójica, ya que las personas esperan de él que seguridad, protección y bienestar. Por ello, muchas veces ante la ausencia del Estado, las personas callan, tal como lo hacen con los grupos armados. Una población amenazada y abandonada en su territorio huye o ve como salida y refugio ingresar a uno u otro grupo al margen de la ley. Por donde se mire el panorama conduce a pérdidas e incertidumbres.

En contextos de guerra, las voces que no han sido escuchadas o han sido silenciadas por medio de la amenaza, la persecución, el señalamiento y la tortura psicológica y física dejan huellas de desamparo e impotencia. Para salir de esto buscan la intervención de otros o de un personaje que escuche y calle (Montes y de León, 2021). «La voz es una especie de certificado de existencia de la condición de victimización; como si fuera en la palabra, paradójicamente, donde se certifica lo traumático» (Castillejo, 2017, p. 145), La voz es una memoria social que lucha contra los olvidos y los silencios (Andriotti, 2021).


Metodología

El presente artículo está enmarcado en un estudio basado en el proceso metodológico investigación-acción-participación, así como en la perspectiva epistemológica del construccionismo social. El uso de estrategias participativas permitió la articulación de supuestos que unen estos dos componentes de investigación (Sánchez et al., 2022):

  1. El conocimiento es acción social y el mundo se construye y transforma desde una variedad de formas dialógicas y lenguajes contextualizados en la vida cotidiana.

  2. Cada construcción está articulada con los procesos creados por las personas, sus capacidades para actuar, practicar juntas y valorar nuevas experiencias de vida personales, familiares, sociales y comunitarias.

  3. La producción de conocimiento debe estar contextualizada en torno a la experticia, valores, verdades, convenciones y narrativas de las comunidades.

  4. El enfoque dialógico entre sujetos y colectivos es fundamental hacia la generación de conocimiento.

  5. La historia como asidero de la memoria personal y colectiva es un recurso para la resignificación del pasado y nuevas apuestas presentes y futuras.

Bajo estos supuestos, los sujetos dieron a conocer sus vivencias, resaltando lo que les fue significativo sobre sus realidades. Así mismo, y en el marco del construccionismo social, fueron importantes procesos reflexivos, múltiples voces, dinámicas, actuaciones y dibujos realizados en los talleres; diferentes estilos de narración y generación de expresiones liberadoras (Gergen, 2006). Por lo tanto, el tema central de este artículo surgió en el primer taller realizado con integrantes de 30 familias víctimas-sobrevivientes. Ellas y ellos participaron voluntariamente y expresaron, bajo consentimiento informado5, «La necesidad de que sus experiencias y lo que tenían en la memoria, durante y después de la violencia armada en Chalán, fueran reconocidas y divulgadas. Algo silenciado e imposible de olvidar» (taller colectivo, 29 de mayo de 2019). A partir de este llamado, y con el apoyo del investigador de campo (habitante de Chalán), las investigadoras tuvieron un primer acercamiento a las familias.


Población

Chalán es uno de los municipios afectados por los hechos violentos, ya que cuenta con un gran potencial fértil en sus tierras muy atractivo para los grupos armados (Rivera, 2018) y uno de los más pobres de la región y el país. En 1992 ocurrieron las masacres en la Vereda el Cielo y en el corregimiento de La Ceiba. En 1996, las FARC-EP activaron 60 kilos de dinamita puesta como carga en un burro llevado hasta el puesto de policía donde sucedió la muerte de 11 miembros de la fuerza pública y fueron heridas personas de la sociedad civil (El Tiempo, 22 de julio de 1999). Finalizando la década de los 90 del siglo XX hasta el año 2007, el temor continúa ante la posibilidad de campos minados y el abandono por parte del Estado6, unido al señalamiento de ser «población guerrillera».

En la investigación, realizada entre 2019 y 2020, participaron integrantes de 30 familias —uno por grupo familiar— residentes en el municipio de Chalán desde antes del año 1990, registradas como víctimas y sobrevivientes del conflicto armado. Con esta población fue posible cumplir con los criterios de validez y saturación de la información. De este número, y del total de la información registrada, se tomaron apartes de aquellos fragmentos que contienen explícitamente el tema del silencio y las descripciones ampliadas sobre este concepto.

Por lo tanto, en este artículo se presentan las narraciones que describen con mayor detalle el significado del silencio: siete mujeres con edades entre los 31 y 58 años, y tres hombres entre los 36 y 41 años. Estas edades permiten identificar que en el año del ataque a Chalán con el «burro bomba» de 1996 las edades de las-os informantes oscilaba entre 8 y 35 años.


Procedimientos, técnicas y registro de información

Entre junio del 2019 y marzo de 2020 se realizaron nueve talleres en el municipio de Chalán, uno por mes. El objetivo de estos talleres, inicialmente, fue identificar los tipos de conflictos vividos y las acciones de afrontamiento construidas por las familias durante y después del conflicto armado en el municipio de Chalán. Durante los encuentros, los participantes propusieron trabajar en una propuesta sobre «Mediadoras y mediadores psicosociales comunitarias-os de Chalán» (Sánchez y Rincón, 2021). En el transcurso de estos talleres y entrevistas con integrantes de las familias la palabra ‘silencio’ emergía en algunas narraciones, acompañada de expresiones sobre el sentimiento de miedo y dolor por hablar de lo que les obligaron a callar. La presencia de las investigadoras en el territorio y las conversaciones con las personas fortalecieron la confianza para construir conocimiento en interacción dialógica y enriquecer la información en torno a las preguntas guía.

La entrevista fue ajustada a partir de un ejercicio realizado con el investigador de campo, habitante de Chalán, víctima-sobreviviente del conflicto armado. De los relatos entregados por las personas se destaca una vertiente de análisis e interpretación, la cual tiene que ver con el concepto ‘silencio’. Este emergió entre las narraciones en respuesta a las inquietudes investigativas que giraban en torno a las siguientes preguntas: a) ¿cómo se vieron afectadas las relaciones familiares y comunitarias?, y b) ¿qué acciones construyeron en su familia para afrontar la situación de conflicto? Es decir, las preguntas iniciales no estaban centradas en el silencio. El concepto llamó la atención por estar presente en varias narraciones. A partir de esto nos preguntamos: ¿cuál es el significado del silencio en estas familias víctimas-sobrevivientes del conflicto armado?

En el software Atlas ti 7, por medio de la herramienta de autocodificación, se ubicó la palabra ‘silencio’, al igual que dos fragmentos que le antecedían y los dos siguientes, con la finalidad de ubicar el contexto del análisis y la interpretación. El significado de esta palabra, enmarcada en los contextos de violencia armada y experiencia traumática, contiene, por un lado, expresiones de dolor, prudencia, pánico, desconfianza, ansiedad, sufrimiento y resistencia pacífica; y, por otro lado, deja entrever las condiciones de desamparo, inseguridad y terror que siguen presentes para ellas y ellos. En las respuestas se evidencia la resignificación del concepto ‘silencio’ como forma de coexistencia pacífica que les permitía salvaguardar tanto su propia vida, como de las personas cercanas. Es, en este sentido, una vertiente donde confluyen estrategias de protección y sobrevivencia, como cada lector podrá ver en los relatos. La interpretación articula el intercambio de voces entre investigadoras e integrantes de las familias que participaron en la investigación.

Resultados

Silencio como coexistencia pacífica: estrategia de protección y sobrevivencia

Como está escrito en el Plan de Desarrollo Municipal 2020-2023 (Alcaldía Municipal de Chalán, 2020), Chalán es un territorio en el que la presencia del Estado ha sido nula o poca. Es un círculo que crece en espiral, porque el silencio de las voces ya no solo se manifiesta en las víctimas-sobrevivientes durante y después de un ataque o masacre, sino que se extiende por los territorios, sin oídos, ni palabras o acciones que contrarresten el daño histórico a una identidad social y cultural. En este municipio, una de las maneras de apagar las voces sobre los eventos violentos que han dañado la vida de personas, familias y comunidades es obligar y someter a todo testigo a que sea parte de la regla del silencio.

Los actores que poseen el poder de las armas, adquiridas de manera legal o ilegal, necesitan perpetuar la violencia mediante la regla de oro: silencio y olvido, tal como dice una mujer: «No se olvida, pero no se habla» (mujer, 36 años, comunicación personal, 13 de noviembre de 2019). Es, pues, una intención muy difícil de lograr cuando el recuerdo sigue vivo, pero poblado de silencio tanto para quienes fueron directamente afectadas como para una comunidad que no lo habla ni lo olvida. «En el fondo, somos conscientes de que lo ya experimentado no puede ser deshecho por completo de forma voluntaria» (Montes y de León, 2021, p. 322).

En el caso Chalán, las personas y sus familias optaron por silenciar sus voces como una de las formas de resguardar y prolongar la vida. No hablar, aunque no olviden, es blindarse ante la llegada de otros problemas asociados con el conflicto armado: desplazamiento, homicidio, amenaza, tortura o captura de uno de los integrantes de la familia para ser parte de las filas de algún grupo al margen de la ley. El silencio es usado para no poner en riesgo a las familias. Sus integrantes cierran las relaciones también con sus vecinos, mientras sus voces se enmudecen por miedo a todo acto real o simbólico asociado a la muerte y resistencia para defenderse de daños adicionales.

En algún momento logré creer en el silencio como parte de mi vida. Había momentos en los que sentía ataques de ansiedad. Yo venía por la calle sonriendo, pero cuando llegaba al hospital soltaba un grito llorando, sentía una persecución, aunque nunca me habían amenazado. Parecía que me iban a matar como vi matar a varias personas. (Mujer, 45 años, comunicación personal, 28 de septiembre de 2019).

Esto era nuevo para mí. El silencio para mí es como la forma de un llanto callado, en el conflicto lo que a uno le dolía y lo que le afectaba tenía que ser tragado, olvidado. (Mujer, 38 años, comunicación personal, 17 de agosto de 2019).

Para poder vivir uno tenía que saber delante de quien se iba hablar, qué se iba hablar y con el dolor y que no se debe hacer, ver cosas y callar, era eso o era morir. Tocó ser muy prudente y quedarse en el silencio para sobrevivir y resistir a esos años que fueron muy difíciles. (Mujer, 41 años, comunicación personal, 14 de agosto de 2019).

El llanto se convierte en una manifestación del silencio y de las palabras reprimidas. A esto se une la soledad individual y familiar, asociada al desamparo. Ello, debido a que el temor, el horror de acciones violentas que rondan las casas y su territorio, carece del pronunciamiento de las autoridades locales, regionales y nacionales que acompañen la protección de la vida. «El pueblo estaba solo y sin ninguna ley» (mujer, 42 años, comunicación personal, 15 de octubre de 2019).

No poder manifestar el dolor, tener que callar, no llorar, ni hacer el duelo por el fallecimiento de seres queridos hizo del silencio en Chalán una forma de resistir y salvaguardar las vidas y las de los seres más cercanos. No obstante, tener que callar es un silencio impuesto y obligado desde voces provenientes de varios lugares, como ha sucedido ante la presencia de diferentes bandos de «grupos ilegales» y «grupos legales».

El sujeto termina en medio de una paradoja, la cual consiste en voces que obliguen a las personas a silenciar la presencia de estos grupos y, paralelamente, bajo sometimiento les exijan hablar sobre la presencia de los grupos enemigos. Por lo tanto, en medio de esta contradicción los cuerpos incorporan las voces de las amenazas que, al mismo tiempo, no pueden ser expresadas. Así mismo, las personas, pese a los intentos de escapar de la reclusión de los grupos armados que hacían presencia en Chalán, paradójicamente terminaban acudiendo al grupo armado como una manera de refugio para salir de un problema. No obstante, este ingreso los llevaba a entrar a otro problema donde ya no había escapatoria. Ello se traduce en un laberinto del cual no es posible una salida, como muestran las siguientes voces:

Yo fui desplazada por el conflicto, por la situación que vivía en Sincelejo, donde vivía en cada de familiares, pero no tenía oportunidades laborales, ya que no sabía leer ni escribir. No tenía posibilidad de trabajar y decidí regresar al municipio. Y como tenía un hermano de un líder comunitario, aquí en Chalán comencé a ser rechazada por la institución militar porque decían que yo era colaboradora de las FARC. Me hacían seguimientos y allanamientos militares. Me procesaron y yo no tenía nada que ver con esto. Luego, me di cuenta que no podía confiar en nadie, porque ya había sido desplazada por la violencia y luego por los que representan la seguridad y que son miembros del Estado. Fue cuando empecé a buscar y pensar en caminos peligrosos para refugiarme. Fue terrible y doloroso, más porque tuve que abandonar a mis seres queridos como mis hijos y familia. (Mujer, 58 años comunicación personal, 22 de febrero de 2020).

Lo más típico era no hablar ni del amigo, ni del vecino, todo eso podía ser contraproducente, hablábamos de nosotros mismo, de qué queríamos ser, hasta dónde queríamos llegar. Por ejemplo, muchos de los jóvenes querían ser militares y muchos no lo podían expresar porque los mataban. (Hombre, 36 años, comunicación personal, 17 de noviembre de 2019).

En las voces que siguen, la mujer presenta un momento en que los padres enseñan a los hijos a protegerse de la muerte:

Ellos [los niños] a veces notaban que pasaban personas uniformadas, veían el momento en el que uno salía corriendo y cerraba la puerta. Ellos escuchaban los disparos. Uno empezó a encender una alarma en ellos y decirles que si escuchaban tal cosa tenían que irse debajo de la cama y quedarse quietos. Ellos preguntaban ¿por qué? Entonces, ya uno les explicaba que era para sobrevivir, que lo podían matar y se iba en un ataúd. (Mujer, 38 años, comunicación personal, 11 de octubre de 2019).

Como puede leerse en los fragmentos, familias, organizaciones y asociaciones tuvieron que callar. Tan solo se podían realizar encuentros en torno a la preparación colectiva de un alimento, cuyo espacio era aprovechado para hablar acerca de lo sucedido, lo que sucede o estaba por suceder. El hecho de guardar silencio y prudencia implicaba no hablar del otro, así fuera con la red de amigos y familiares.

Ser muy prudente. Eso fue una de las estrategias del municipio que sobrevivimos a todo esto. La prudencia, saber delante de quien se iba hablar, con quien se iba hablar, con el dolor, que no se debía hacer, ver cosas y callar, pues era eso o morir. Quedarse en el silencio fue una de las armas y mecanismos que utilizamos para poder sobrevivir y resistir a todos esos años que fueron muy difíciles… El dolor guardado hace mucho daño, el no poder llorar su muerto, porque no pudimos hacer el duelo, el duelo al perder un ser querido. No podían expresar ese dolor como debían hacerlo o como querían hacerlo y tuvieron que callar. (Mujer, 41 años, comunicación personal, 12 de octubre de 2019).

Hay un dicho: hay muchos bravos en el cementerio. Entonces, siendo pacífico y dejando pasar las cosas uno se evita más problemas, evita tantas cosas innecesarias no sólo en lo personal sino en lo que lo rodea a uno como la familia. En eso momentos conflictivos no te tocaban a ti, sino donde más te doliera. (mujer, 38 años, comunicación personal, 23 de febrero de 2020).

En otras palabras, el silencio es visto por las personas de Chalán como una forma de resistir pacíficamente, como un mecanismo de defensa. Aquí es instaurada la sospecha y la desconfianza. No hablar con los vecinos o las personas de la comunidad era su única opción.

Sin embargo, entre familias formaban grupos espontáneos con la necesidad de liberar los sentimientos y acciones reprimidos. Estos grupos familiares nacen de la cotidianidad y se llevan a cabo al interior de las casas. Es un lugar en donde las mujeres, mientras realizan las labores cotidianas como cocinar y cultivar la huerta, como ha sucedido desde 1996, pueden contar sus penas y dolores, manifestar sus sentimientos frente lo vivido en la guerra. Son espacios en donde las acciones de precaución hacen parte de sus contextos relacionales e interactivos, porque no se tiene la certeza de quién es el otro o la otra y cómo actúa el que ronda la parte exterior de las casas.

El silencio refleja miedo y temor a morir. Las conversaciones entre las personas son realizadas en la cocina bajo otra regla de oro: guardar silencio en los lugares externos con vecinos, personas de la comunidad e, incluso, con la propia familia. Así se refleja en las siguientes voces:

Desde el anonimato, desde el silencio, hacíamos grupos pequeños. No era que íbamos hacer una reunión, no, sino que nos vamos a encontrar el grupo de amigos, con la huerta casera, la hortaliza, con el cultivo de maíz, con cualquier excusa las mujeres y los hombres se reunían... No fue de un momento a otro que empezaron a contar las cosas, fue en el proceso. Ellas y ellos fueran viendo que ese espacio era de confianza y que en ese espacio podían contar lo que habían callado durante tiempo. Nosotros hacíamos una olla comunitaria: vamos hacer un Sancocho, mientras las mujeres van pelando la yuca, el ñame, el plátano, las verduras, la carne, íbamos hablando… De la forma más natural, ellas empezaban a contar las cosas, lloraban, se apoyaba la una a la otra. (Mujer, 41 años, comunicación personal, 23 de agosto de 2019).

En estos fragmentos las voces reflejan cómo la olla comunitaria era el único espacio en el que sentían confianza y podían dejar el silencio que habían mantenido por mucho tiempo. A pesar de estas acciones liberadoras, después de 30 años sin acompañamiento psicosocial permanente, desde las voces de la comunidad chalanera estas palabras aclaman por una no repetición. Esto afirma uno de sus habitantes:

En Chalán, aunque la vida sea el bien más preciado y todos quisiéramos vivir tranquilos, la gente sigue con miedo a que la historia se repita, desea resistirse a más dolor y muerte, quiere elaborar el dolor por sus muertos, pero el fantasma de quienes hoy pasean las noches los pone de nuevo a estar en vigilia y con nuevos silencios. (Hombre, 41 años, comunicación personal, 23 de febrero de 2020).

Las acciones de callar, no llorar, ni hacer el duelo por el fallecimiento de amigos, compañeros y familiares construyen formas de vida donde prima el silencio. Estas formas de actuar permanentes para salvar sus vidas son una forma de agenciamiento y solución inmediata dentro de un contexto de violencia y muerte.

A pesar de estas estrategias de protección, el sentimiento de desconfianza y la mirada hacia lo que ya es visto como desconocido se apodera de las acciones de las personas, las cuales llevan a que cada quien opte por la distancia con el otro porque puede ser una amenaza más para su vida y la de sus seres cercanos. Emerge la necesidad de volver al refugio personal y a cuidar su grupo más cercano, como es el caso de la familia. Los muros de las paredes de las familias y los vecinos con quienes aún es posible conservar confianza, ayuda y autoayuda se rompen como símbolo de comunicación, información y protección, mientras que las puertas principales de las casas se cierran y las voces se callan como estrategia de sobrevivencia:

Yo recuerdo que, en ese tiempo del conflicto de la guerra en Chalán, como en el año 1999, al llegar el miedo, la zozobra del conflicto armado, las familias tumbaban los muros para que nos pudiéramos mover de un lado a otro y alejarnos del peligro. Igual hacíamos con los vecinos de al lado. La unión era una solidaridad entre todos. A la vez, cerrábamos las casas y le poníamos candados por fuera en la puerta principal para que la gente creyera que no vivía nadie, especialmente para despistar a los grupos armados. Los focos (bombillas) eran apagados, hablábamos muy bajo y caminábamos descalzos en nuestras casas para evitar que se escuchara el caminado de uno, para que no nos citaran a reuniones en las que teníamos que ir toda la familia, porque si éramos muchos corríamos el riesgo de ser reclutados o asesinados. (Hombre, 38 años, comunicación personal, 16 de agosto de 2019).

Esta guerra y reclusión en las filas de grupos armados ilegales envuelven a los chalaneros en un laberinto sin salida; se convierte en una guerra heredada. El siguiente anuncio refleja una forma de guerra heredada: la violencia regresa a Chalán.

Desde aquel 11 de marzo de 1996, cuando un burro cargado con 70 kilos de dinamita hizo explosión en la plaza principal de Chalán (Sucre), … la columna del 35 Frente de las FARC ingresó al pueblo, mató a los agentes, quemó la Estación, el puesto de salud y varias viviendas. La Policía no regresó al pueblo, pero las brigadas móviles de la Infantería de Marina alejaron a la subversión… Esta situación creó una gran afinidad entre la comunidad y los militares, y en este mismo circulo una amistad estrecha entre muchachas del pueblo y los infantes de marina. Pero dos jóvenes agraciadas de la población pagaron con su vida esta relación. A comienzos de la semana pasada fueron asesinadas a tiros en su propia casa. (Archivo digital, Periódico El Tiempo, 22 de julio de 1999, párrs. 1-5).

Otra muestra de lo heredado está en el siguiente fragmento en el que una víctima-sobreviviente relata las afectaciones que dejó la violencia armada en una familia. Si bien es un relato sobre una familia, lo narrado es una huella que se extendió a otras familias.

A raíz de la matanza de estas dos muchachas, ellas se fueron hacia Sincelejo. Como ellas tenían otras dos hermanas, esa familia se desintegró. Su padre que era de edad avanzada murió al poco tiempo. De las dos muchachas, una se fue para Medellín y otra a Cartagena y la madre quedó en Sincelejo con algunos familiares. La que está en Medellín no ha querido tener hijos porque le afectó la historia de masacre, porque estas hermanas eran muy unidas y haber matado a una de ellas sigue siendo muy duro, ella se entristece y llora y le quedó el miedo. Ya no volverá a Chalán…. Y esto ocurrió con otras personas y familias. Aquí uno trata de no recordar ni hablar de ello pues fue un momento muy difícil. No se olvida, pero no se habla. (Mujer, 35 años, comunicación personal, 15 octubre de 2019).

En Chalán, aunque la vida sea el bien más preciado y todos quisiéramos vivir tranquilos, la gente sigue con miedo a que la historia se repita, desea resistirse a más dolor y muerte, quiere elaborar el dolor por sus muertos, pero el fantasma de quienes hoy pasean las noches los pone de nuevo a estar en vigilia y con nuevos silencios. (Hombre, 41 años, comunicación personal, 18 de noviembre de 2019).

Por último, estas narraciones de la comunidad chalanera muestran cómo las personas transitan entre el silencio, la memoria y el olvido. En medio del dolor, terror y estrategias de sobrevivencia los chalaneros dan cuenta del silencio como acción de coexistencia pacífica, recordar y hablar con el grupo más cercano y pequeño se convierten en acciones liberadoras. Todas esas voces y narraciones rompen el silencio que, si bien fue una estrategia de sobrevivencia, también causó mucho dolor.


Conclusiones

Un punto central de reflexión de este artículo fue darle un giro al significado que tradicionalmente se le ha dado al silencio. Este es un concepto asociado más a mecanismos de represión, evasión y resistencias negativas que tiene una persona respecto a otra o a una forma de relación o a un evento. Además, el lugar que se le da al silencio está más cerca al señalamiento del sujeto como individuo que «no dice nada». Bajo esta mirada, el silencio es sinónimo de «no expresión». En este sentido, el significado creado para esta palabra no reconoce las voces ni los procesos dialógicos que han construido las personas en relación con las otras, donde el silencio pone a la vida como un bien preciado que necesita ser protegida y defendida.

Por el contrario, en el contexto del conflicto armado el silencio de las voces chalaneras significa un potencial de protección y cuidado de sí mismo y del otro. Se presenta, entonces, como una forma desde donde emergen nuevas alternativas y posibilidades de transformación de las personas, otras oportunidades de sobrevivencia y nuevos encuentros relacionales por la vía no violenta. En este sentido, el silencio guarda su propia memoria y logra ser expresado a través de agenciamientos colaborativos o como recurso para expresar abiertamente el dolor, el sufrimiento, el miedo, la angustia y el temor generados por las acciones de actores armados que transitaron sus territorios. Por lo tanto, en la interacción abierta con ese otro que es familiar y cercano, la comunidad chalanera encuentra una posibilidad de edificar significados y acciones que les ayuda a fortalecer el tejido social y forjar nuevas relaciones.

De esta manera, las voces del silencio y la memoria se convierten en las bases del recuerdo. Es decir, una forma de vida en la que el olvido no puede llegar a ser «la regla de oro». He aquí otra expresión de coexistencia pacífica que se resiste a acciones autoritaristas, amenazantes e intimidadoras envueltas en medio de la guerra. Mientras las acciones de guerra alimenten el silencio respecto a las historias de violencias en los territorios, la prolongación de atentados contra la integridad de todo ser humano seguirá vigente. El sentimiento de desconfianza seguirá guiando las acciones de las personas y llevará a que cada quien opte por la distancia con el otro que puede representar una amenaza más para su vida y la de sus seres cercanos. Emerge, entonces, la necesidad de volver al refugio personal y a cuidar su grupo más cercano, como es el caso de la familia y personas más cercanas.

No obstante, cuando las personas de Chalán en medio de sus relatos dejan fluir las voces y las formas de vida que trasegaron en la relación silencio, memoria y olvido hacen ruptura con estos lenguajes que los invitan a mantener su historia en el anonimato. Las voces de personas de la comunidad chalanera que decidieron contar parte de su historia dejan entrever lenguajes desde donde es posible desdibujar la violencia y trazar nuevos caminos con el otro para preservar su existencia, pues el lenguaje tiene su propia agencia. Un ejemplo de ello está en los relatos reiterativos que señalan el significado que dieron las personas al silencio como una acción de sobrevivencia y coexistencia pacífica. Por lo tanto, las personas pueden crear con el lenguaje nuevos contextos y nuevas formas de vida.

Finamente, en el presente artículo se presentó el silencio como una forma de lenguaje articulado a la memoria y el olvido, a la coexistencia pacífica, al afrontamiento en contextos de violencia y como estrategia de protección y sobrevivencia. Es, en palabras de Ricoeur (2008), un acto de rememoración a través de voces que elaboran las personas para relatar unos eventos de guerra, muerte y dolor. Es una búsqueda del recuerdo como objeto de la memoria que permite luchar contra el olvido, la rapacidad de tiempo y la sepultura de la memoria.

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1 Este artículo es el resultado del trabajo desarrollado a través del programa de investigación «Reconstrucción del tejido social en zonas de posconflicto en Colombia», código SIGP: 57579, con el proyecto de investigación «Hilando capacidades políticas para las transiciones en los territorios» (Cifuentes et al., 2018), código SIGP: 57729. Fue financiado en el marco de la convocatoria Colombia Científica, contrato No FP44842-213-2018. Agradecimientos a Osbaldo Antonio García Yépez por su valioso apoyo en la recolección de información y trabajo de campo. Declaración de intereses: las autoras declaran que no se presentan conflictos de intereses. Disponibilidad de datos: los datos relevantes presentados en este artículo están disponibles en la investigación «Lenguajes del silencio como coexistencia pacífica en víctimas sobrevivientes de la violencia armada en Chalán, Sucre (Colombia)» realizada en el proyecto «Hilando capacidades políticas para las transiciones en los territorios».

2 Doctora en Psicología, Universidad de Buenos Aires, Área de Psicología. Profesora titular del Departamento de Estudios de Familia, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Caldas (Manizales, Colombia). Grupo de investigación «Colectivo Estudios de Familia» (línea de investigación en relaciones y procesos familiares). maria.sanchez_j@ucaldas.edu.co

3 Magíster en Intervención en Relaciones Familiares, Universidad de Caldas. Investigadora de campo del proyecto «Hilando capacidades políticas para las transiciones en los territorios», Programa Colombia Científica, Universidad de Calda-Minciencias. natalia.rincon@ucaldas.edu.co.

4 El número de informantes corresponde a un total de 30 personas (uno por cada familia), como se explica en la metodología.

5 El proyecto de investigación cumplió con el acuerdo de consentimiento informado y protección de identidad de las personas entrevistadas, expedido por el Comité de Ética de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Caldas, formalizado mediante carta oficial del 27 de junio del 2017.

6 Con el fin de dar respuesta a una situación de abandono del municipio, en el plan de desarrollo 2020-2023 «Construyendo un nuevo Chalán» (Alcaldía Municipal de Chalán, 2020) se afirma que: « Se debe tener en cuenta que a la fecha de medición de NBI 2005, el municipio vivía condiciones de ingobernabilidad y abandono, perdida de infraestructura vial, de servicios, escuelas y demás por los efectos de la violencia y terror…» (p. 42).