Trayectorias existenciales armeritas: de la fertilidad de su suelo al desarraigo y a la marginación *
Existential Trajectories of People from Armero: from Soil Fertility to Uprooting and Marginalization
Trajetórias existenciais de pessoas de Armero: da fertilidade de seu solo ao desenraizamento e à marginalização
Recibido el 27 de marzo de 2021. Aceptado el 31 de enero de 2022.
› Para citar este artículo: Aguillón Lombana, A. (2022). Trayectorias existenciales armeritas: de la fertilidad de su suelo al desarraigo y a la marginación. Ánfora, 29(53), 189-213. https://doi.org/10.30854/anf.v29.n53.2022.810
Objetivo: comprender aspectos de la configuración identitaria de un grupo de personas supervivientes de la tragedia de Armero, en lo relacionado con sus posturas ideológicas y elementos de sus procesos de memoria. Metodología: la información se recolectó durante un periodo de dos años, a través de instrumentos del enfoque etnográfico como diario de campo, entrevista semiestructurada, grupos focales y revisión documental. El análisis se llevó a cabo mediante la estrategia de triangulación. Se entrevistaron 33 armeritas; 9 presencialmente y 24 de manera remota. Además, se realizaron dos grupos focales y se analizó contenido de archivo e información de la red social Facebook. Todo ello, para responder a estos cuestionamientos: ¿Dónde se encuentran los últimos armeritas? y ¿Cuál es su relación con los procesos de memoria? Resultados: en la investigación se encontró que los armeritas se hallan dispersos por diversas zonas del territorio colombiano y su relación con los procesos de memoria se puede analizar a partir de dos grandes grupos: el primero, excluido de cualquier posibilidad de participación social por las condiciones a las que lo han condenado el desarraigo y la pobreza. El segundo, ha encontrado en el trabajo con y por la memoria la posibilidad de agenciamiento frente al Estado para lograr reconocimiento y reparación. Conclusiones: el desmantelamiento del territorio en el que devenía la vida hasta 1985, la inadecuada atención de los supervivientes, el impacto del hecho catastrófico en la existencia de cada persona, entre otros factores han dificultado la superación del trauma ocasionado por el evento disruptivo.
Objective: to understand identity configuration features of a group of survivors from the Armero tragedy according to their ideological positions and their memory processes. Methodology: information was gathered over a two-year period, using ethnographic instruments such as field diaries, semi-structured interviews, focus groups, and documentary reviews. The triangulation strategy was used for the analysis. Thirty-three people from Armero were interviewed nine in person and 24 remotely. In addition, two focus groups were conducted and archival material and information from the Facebook social network were analyzed. The purpose of the information gathering was to answer the following questions: Where are the survivors and what is their relationship with the process of memory? Results: findings show that survivors of Armero are dispersed throughout different areas of the Colombian territory. Their relationship with the process of memory can be analyzed in terms of two large groups. The first group was excluded from any possibility of social participation due to the conditions which uprooting and poverty have condemned them. The second group, in the work with and through memory, has found the possibility of advocacy with the State to achieve recognition and reparation. Conclusions: the dismantling of the territory in which life had been lived until 1985, the inadequate care of survivors, the impact of the catastrophic event on the existence of each person, among other factors, has made overcoming the trauma caused by this disruptive event difficult.
Objetivo: compreender aspectos da configuração de identidade de um grupo de sobreviventes da tragédia de Armero, em relação a suas posições ideológicas e elementos de seus processos de memória. Metodologia: as informações foram coletadas durante um período de dois anos, utilizando instrumentos etnográficos como diários de campo, entrevistas semi-estruturadas, grupos de discussão e revisão documental. A análise foi realizada utilizando a estratégia de triangulação. Trinta e três pessoas de Armero foram entrevistadas; nove pessoalmente e 24 remotamente. Além disso, dois grupos de foco foram conduzidos e o conteúdo e informações de arquivo da rede social Facebook foram analisados. O objetivo era responder as seguintes perguntas: Onde estão as últimas pessoas de Armero e qual é a relação deles com os processos de memória? Resultados: a pesquisa constatou que as pessoas de Armero estão dispersas em diferentes áreas da Colômbia e sua relação com os processos de memória pode ser analisada em termos de dois grandes grupos: o primeiro, excluído de qualquer possibilidade de participação social devido às condições às quais o desenraizamento e a pobreza os condenaram. O segundo grupo encontrou no trabalho com e através da memória a possibilidade de agência perante o Estado a fim de alcançar o reconhecimento e a reparação. Conclusões: o desmantelamento do território no qual a vida foi vivida até 1985, o cuidado inadequado dos sobreviventes, o impacto do evento catastrófico sobre a existência de cada pessoa, entre outros fatores, dificultou a superação do trauma causado pelo evento perturbador.
En su relato etnográfico, sobre los campesinos del norte del Tolima, Guzmán-Pañuela (2021) afirma que la acción de caminar encarna la acción misma de vivir, lo cual supone que «pensar, vivir y trabajar en el mundo concreto es una misma acción» (p 66). Ello implica aprender a conocer los recovecos del sendero, moldear y medir las pisadas, calcular los pasos y las distancias, hacerse amigo del camino, etc. Pero ¿qué sucede cuando esos caminos trazados, conocidos, apropiados y queridos se desdibujan, desaparecen por obra del desarraigo que causa la violencia o un desastre socio-natural?, ¿a dónde nos vamos cuando ya no hay camino porque lo ha ido borrando el desastre socio-natural?, ¿qué factores inciden en que la geografía pasada siga prendida a los pies y a la vida, y dificulte el recorrido por senderos nuevos sin caernos, sin rompernos, sin perdernos? Estos son algunos de los cuestionamientos iniciales sobre los que se instauró la investigación doctoral de la que, parcialmente, se da cuenta en el presente texto.
Antes de avanzar en aspectos de la configuración epistemológica de la investigación que, parcialmente, se reporta en este texto, se considera importante proveer alguna información que permita la comprensión de aspectos del grupo social que se investiga. Los armeritas son los supervivientes de Armero, un municipio colombiano ubicado en el departamento del Tolima y el cual fue borrado del mapa el 13 de noviembre de 1985, tras una erupción del Volcán Nevado del Ruíz. Según cifras oficiales, su área geográfica era de 432K2 a 352m sobre el nivel del mar, y su temperatura promedio era de 27°C. El Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas [DANE], en el censo llevado a cabo en octubre de 1985, estableció que Armero contaba con 29.394 habitantes; 20.962 residían en el casco urbano y 8.432 en el área rural. A esta cifra se sumó la población que estaba vinculada con actividades comerciales, turísticas y agrarias propias de la época del año, y el estimativo para dicha población flotante, la noche de la tragedia, fue de 8.000 personas. Según autores como Cruz (2017), los expertos consideraron que el volumen de material que destruyó a Armero oscila entre 85 y 90 millones de metros cúbicos de lava volcánica que contenía todo tipo de escombros y piedras que acabaron con la vida de alrededor de 22.000 armeritas en un área de 33,87 km2. En el informe presentado por Paulsen y Cárdenas (1998) se da cuenta de la perdida de cultivos, que muy seguramente representaban algo más que un alimento para el cuerpo: 6.75 hectáreas de sorgo, 1.633 de arroz, 1.298 de algodón, 1.227 de maní, y otras en cantidades menores dedicadas a plantaciones de café, soya, maíz, yuca, caña de azúcar y diferentes tipos de árboles frutales, para un total de 11.187 hectáreas cultivadas. Así, además de las valiosas vidas de muchos armeritas, el país perdió 31.660 toneladas de producción agrícola proveniente de esa zona.
Hecha esta claridad, conviene explicar que esta investigación consiste en el levantamiento de las memorias de un grupo de supervivientes de Armero para determinar el papel del territorio y del imaginario en los posicionamientos ideológicos que configuran su identidad y dan cuenta de las luchas por la memoria que han venido llevando a cabo, a propósito del desarraigo que ocasionó el evento disruptivo. En ese sentido, la apuesta paradigmática del proyecto de investigación parte de los planteamientos de Durand (2013) en su imaginario simbólico. De acuerdo con sus ideas, la humanidad desplegada en el mundo social se desarrolla a partir de una estructura mítica que conserva una colección de imágenes instituidas, conservadas y comunicadas gracias a la memoria y al lenguaje. Esas imágenes conforman un imaginario instaurado en la psiquis, configuran el inconsciente colectivo y determinan las ideologías desde las que actúan las personas en la sociedad.
En concordancia, se problematiza la noción de territorio en tanto entramado material y simbólico (Bourdieu, 1999) en el que deviene la vida humana. De tal manera que, a partir de las características particulares de cada territorio se establece un modelo para ser y para estar en el mundo. Dicho modelo se configura dependiendo las condiciones materiales que determinan las formas de producción, de intercambio y de consumo de elementos en los distintos campos sociales en los que deviene la vida en la comunidad. Entonces, al impactar directamente sobre el territorio, el evento catastrófico destruye las bases materiales y simbólicas que se han construido, afectando la realidad de los habitantes en dos sentidos: por un lado, destruye las construcciones materiales, la producción económica y todas las actividades encaminadas a establecer un orden y una sostenibilidad en el grupo; por otro lado, desmantela la estructura social que determina la territorialidad. Así, el territorio puede definirse como un espacio geográficamente diferenciado, políticamente delimitado y culturalmente caracterizado. (Bourdieu, 1999; Ochoa, 2017; Mora, 2017).
Ahora bien, de acuerdo con autores como Hall (2003) y Candau (2008), la identidad es un elemento cambiante que se configura básicamente a partir de dos sustratos: uno fijo ligado a la tradición del grupo fundante, y otro inestable que se vincula con el recorrido existencial del individuo por el mundo social. Con la ruptura de las condiciones enmarcadas en un territorio, de ese entramado de redes simbólicas que conforman la cultura del grupo social y que direcciona los sentidos sobre los que las personas construyen su existencia, los supervivientes deben asistir a una transformación identitaria en la que su sustrato fundante lucha por no desaparecer bajo el peso de las nuevas capas identitarias que comienzan a ser parte de la constitución ontológica de estas personas en otros lugares (Ramírez, 2014; Arteaga y Ugarte, 2015; Berroeta et al., 2016; Timo de Vries, 2016; Flores-Cisternas y Sanhueza-Contreras, 2018; Naylor et al., 2020).
Así, al aproximarse a la configuración identitaria de los supervivientes para identificar, entre otras cosas, las consecuencias del desastre es indispensable acceder a su memoria a través del lenguaje en los marcos existenciales desde donde los armeritas rememoran su pasado, deviene su presente y proyectan su futuro. En congruencia, en esta investigación se ha propuesto como objetivo comprender aspectos de la configuración identitaria de un grupo de supervivientes de Armero, a través de la revisión de elementos de su imaginario que determinan aspectos ideológicos y situaciones culturales que los vinculan con el territorio, configuran su memoria y se hacen perceptibles mediante sus construcciones discursivas. Por lo tanto, la memoria se asume como el proceso psicosocial que provee una colección de recuerdos y olvidos que definen las actuaciones de las personas en el presente (Durand, 2013; Serna-Dimas, 2020; Halbwachs, 2004).
En este texto se da cuenta de los resultados parciales obtenidos en la etapa de caracterización de los supervivientes con los que se propuso realizar la investigación —ello implica que no se abordarán algunos aspectos a profundidad, como es el caso de lo relacionado con el imaginario y la identidad—. En un primer apartado, se expone la metodología empleada para llevar a cabo la primera fase de la investigación. Seguidamente, se ofrecen ideas relacionadas con algunos hallazgos obtenidos durante esta etapa de la investigación en relación con las categorías: armeritas al margen del trabajo por la memoria y armeritas que trabajan con y por la memoria desde el margen. Luego, se revisan aspectos relacionados con las dos caras de la situación; la vinculada con aquellos armeritas que, debido a sus circunstancias actuales, no tienen acceso al espacio digital y la de los que sí cuentan con acceso a este y se han convertido en agentes activos que luchan por hacer visibles las dinámicas de la cotidianidad del pueblo como una forma de resistencia ante la desatención estatal. Finalmente, se concluyen elementos relevantes sobre los cuestionamientos establecidos y sobre lo que ha sido la experiencia investigativa hasta el momento.
Al asumir al territorio como el principal articulador de la identidad, al desastre como el evento disruptivo que la fractura y a la memoria como depósito para el imaginario, la ideología y otros aspectos de la vida que queda, se consideró que el método etnográfico era el más pertinente; dado que, permite indagar por la identidad de supervivientes. Lo anterior, teniendo en cuenta que este concede centralidad al lenguaje y a los individuos que, mediante él, refieren su trasegar existencial. De tal manera que la cultura no se asume anclada a entidades fijas sino al lenguaje, pues es a través de los códigos lingüísticos, paralingüísticos y extralingüísticos que se da cuenta del contenido de la memoria del informante y de sus posicionamientos sobre la realidad en la que deviene su vida. Así, en el relato, el investigado informa de su cultura, y, por lo tanto, de su identidad y el etnógrafo captura aspectos de su interés y los vierte en un relato más amplio. Al respecto, De Fina y Georgakopoulou (2015) plantean que a través del lenguaje construimos nuestra imagen del mundo, nos situamos en él y negociamos nuestros vínculos identitarios —a través de distintos ordenes discursivos—. Los relatos sobre las vivencias personales se construyen desde el contexto en el que se habita el presente, pero desde la reinterpretación de las vivencias pasadas. Entonces, el contenido del relato se convierte en una fuente de gran valor cuando se trabaja con los desarraigados, porque condensa las experiencias vividas en el territorio perdido y da cuenta de la configuración identitaria de las personas en el presente. (Fabian, 2012; Pollak, 2006).
La indagación por el papel del territorio, en la configuración identitaria y su relación con los procesos de memoria en términos de imaginario e ideología, implicó una etapa inicial de rastreo para conocer la ubicación de los miembros de la comunidad que fue desintegrada por el evento disruptivo de 1985; el cual dejó a los armeritas dispersos por diferentes zonas del territorio nacional —esto ante la imposibilidad de seguir habitando el territorio que ya había sido arrasado en otras dos oportunidades y ante ninguna otra estrategia de reubicación por parte del Estado Colombiano—. La perspectiva de la investigación es socio-antropológica y apela al enfoque etnográfico, el cual propende hacia un ejercicio de reflexividad del sujeto que construye conocimiento a partir de determinados posicionamientos epistemológicos, políticos y éticos. Tal ejercicio es propio del campo de los estudios sociales como plantea Serna-Dimas (2011), en tanto alberga múltiples fenómenos emergentes y en él se reivindican individuos y colectividades históricamente marginadas; lo cual permite el rescate de la centralidad del sujeto y la particularidad del fenómeno abordado.
De acuerdo con la delimitación del objeto de estudio, se requerían individuos mayores de cincuenta años; hombres y mujeres a quienes el desastre los hubiera impactado de forma diferente. Esto partiendo del presupuesto que, situaciones como la pérdida sufrida, las condiciones del nuevo territorio habitado, la longitud de la trayectoria vital acaecida en Armero, entre otras circunstancias, inciden directamente en la reconfiguración existencial y en los procesos de recuerdo y olvido, tal como plantean autores como Timo de Vries (2016). En ese sentido, se instauraron los dos cuestionamientos que buscan responder este artículo: ¿Dónde se encuentran los últimos armeritas? Y ¿Cuál es su relación con los procesos de memoria?
El proceso de búsqueda de información comenzó en noviembre de 2018 y, para el propósito de localización de los miembros de la comunidad, culminó en diciembre de 2020. De tal manera que, a partir de documentos como el Registro de Presupuesto de Reubicación, establecido por la fundación RESURGIR 1 , se pudo corroborar que existen barrios construidos en ciudades como Bogotá, Cali e Ibagué y en poblaciones de menor tamaño como Armero Guayabal, Lérida, Mariquita, Honda, Venadillo, Ambalema y Cambao. Otros supervivientes fueron asignados a parcelaciones de tierra para cultivo en los corregimientos de Méndez y San Felipe. De la misma manera, se constató que existen microcomunidades de armeritas en ciudades como Medellín, Barranquilla, Villavicencio, Neiva, Manizales, Pereira y Armenia. Estas pequeñas agrupaciones han sido constituidas de manera particular por personas que encontraron en esos espacios la mejor manera para ser y para estar en el mundo después de lo ocurrido. Al respecto, vale la pena aclarar que la mayoría de esa información no llegó por documentos oficiales, que, en varios casos, se encontraron imprecisos, sesgados o incompletos, como en el caso del censo elaborado por el DANE en 1985, apenas unos meses antes de que ocurriera la tragedia.
Así, uno de los primeros escollos que se tuvo que sortear se relacionó con la incompletitud y la dispersión de la información que podía dar cuenta de los supervivientes. Por ejemplo, después de un largo periplo por distintas oficinas e instancias del DANE, no fue posible encontrar cifras sobre el número de niñas y niños que habitaban el municipio para el momento de la avalancha. En la respuesta recibida sobre la incompletitud del desagregado que corresponde a Armero se plantea que esta dificultad se relaciona con el hecho de que la empresa encargada de llevar a cabo el registro de la información y posterior suministro de la misma al DANE no alcanzó a entregarla; entonces, parte de la información recolectada se perdió durante la avalancha. Como ya se mencionó, según este censo, Armero contaba con 29.394 habitantes. Dicha cifra no concuerda con la expuesta por González de la Fundación Armando Armero (2021), ya que a través de testimonios como el del último notario de Armero, se puede afirmar que hasta 1985 hubo alrededor de 10.000 nacimientos, lo cual sí resultaría consistente con hechos como que cada familia tuviera en promedio entre cuatro y cinco miembros. Esta cifra también concordaría con el número de barrios y veredas que componían el territorio armerita.
La investigadora encontró que el trabajo por la memoria que realizan algunos supervivientes era una forma adecuada para seguirles el rastro y saber dónde estaban ubicados y cuál era su situación y sus intereses. Así que comenzó a llevar un diario de campo para registrar todo aquello que ocurría en los encuentros, que se llevaban a cabo con ocasión de las conmemoraciones o de reuniones para dialogar en torno a interlocuciones con el gobierno de turno. Esto fue direccionando la mirada hacia el espacio virtual, más específicamente, hacia la red social Facebook, pero encontrar algunos supervivientes tan comprometidos con el tema del trabajo por la memoria evidencia que había otros que no lo estaban y resultaba interesante saber por qué. Esto implicó, además del trabajo en el diario de campo, la realización de entrevistas personalizadas presenciales, el establecimiento de grupos focales y la revisión documental. Todo ello encaminado a lograr un análisis en profundidad de la información recolectada. La tabla 1 provee información más detallada al respecto.
Tabla 1. Resumen de estrategias utilizadas para la recolección de la información
De acuerdo con Pons (2013), en la era de las tecnologías de la información y la comunicación, toda investigación inevitablemente comienza por internet. Es en el plano virtual que se inicia el rastreo de lo que otros han hecho en un campo de interés para comprender la viabilidad, la pertinencia, los alcances y hasta la utilidad de un proceso investigativo. Plantea este autor, que en la era digital «Los historiadores no deben ser analistas de problemas técnicos aislados, extraídos del pasado, sino narradores de mundos en movimiento, mundos complejos, impredecibles y transitorios» (p. 58); y si él lo dice aludiendo a la historia, cuanto más cierto esto para el dinámico campo de la memoria. Así, en el denso universo digital convergen tiempo y espacio, elementos esenciales que enmarcan la existencia humana. Pero ni tiempo ni espacio son conceptos vacíos, son construcciones sociales que le dan ritmo y sentido a la vida de las comunidades. Estas consideraciones guían hacia la comprensión de las comunidades virtuales como lugares con la potencia suficiente para aproximarse a ciertas dinámicas humanas que dan cuenta de los marcos de sentido que se construyen en torno a una situación de un grupo social. En concordancia, ante la imposibilidad de contar con un territorio físico para la interacción y el trabajo que los convoca a propósito del desastre, los armeritas han encontrado en el espacio digital un lugar para el reencuentro y el trabajo con la memoria —lo cual no deja de exacerbar el sentido de frustración y desarraigo por venir de un espacio en el que la vida fluía tan vinculada a la materialidad del territorio por el gran desarrollo agrícola que caracterizaba a Armero—.
Ahora bien, en relación con la utilidad del espacio digital como proveedor de información para la presente investigación, autores como Ñaupas et al., (2013) plantean que las investigaciones que se llevan a cabo desde el enfoque etnográfico privilegian el trabajo in situ, encaminado a la recolección de datos que faciliten la interpretación de realidades al interior de los grupos sociales. Ello implica una vinculación estrecha con la comunidad con la que se desea trabajar y, mediante un proceso de registro constante de situaciones de su cotidianidad, se recolecta la información necesaria para analizar y comprender fenómenos sociales en contextos específicos. De tal manera que el diseño investigativo desde el enfoque etnográfico implica una lectura del «texto» y las textualidades que constituyen la realidad social de un grupo. Esa lectura debe incluir tanto aspectos contextuales, que determinan las dinámicas de la cotidianidad de las personas, como elementos simbólicos que hacen parte de sus imaginarios y de las representaciones que tienen del mundo. En este sentido, Espinosa (2010) plantea que esto requiere de una aproximación consciente a la gramática social, entendida esta como el compendio de «normas implícitas, reglas y principios de la vida en comunidad que configuran el territorio» (p. 115). Según este autor, se hace perentorio para el investigador entender la textura (los aspectos físicos desde los que se estructura una comunidad) y las textualidades (los significados con los cuales los individuos dotan de sentido aspectos de la cotidianidad del grupo).
Como se evidencia en la tabla 1, todo ello implicó un trabajo que articuló el uso de diversas fuentes e instrumentos de recolección y análisis de datos para evitar el digital-centrismo que mencionan Pink et al., (2019) y que tiene que ver con que el investigador no debe quedarse atónito frente a la masa informativa y la facilidad de acceso a ella, sino reconocer que detrás del gran volumen de información que circula por internet hay seres corpóreos que tienen razones para habitar la web de una manera o de otra. En últimas, para acceder a las circunstancias que hacen que una realidad se interiorice, se mimetice en nosotros a través de entramados simbólicos que dan cuenta del trasegar existencial de las personas por el mundo social, como plantean Rovira-Rubio y Giraldo- Hernández (2021). En relación con aspectos diferenciadores entre el método etnográfico tradicional y las prácticas etnográficas digitales, estos autores plantean que el cambio más significativo ocurre en la relación del investigador con los integrantes de la comunidad. Al respecto, Pink y sus colegas aseguran que se modifican relaciones de proximidad entre el investigador y sus investigados y se modifican los textos y las textualidades en tanto se analizan otro tipo de artefactos, todos insertados dentro de contextos más amplios como blogs, wikis, y grupos en redes sociales, como en este caso.
Para el análisis de la información recolectada se ha establecido una matriz con el fin de triangular los datos (Flick, 2014). En ella, se contrasta lo que los supervivientes dicen y hacen con lo que la investigadora observa. Esa información se complementa con aquella encontrada en archivo. Del trabajo inicial surgieron las dos categorías en las que se dividió el análisis presentado en este texto: armeritas al margen del trabajo por la memoria y armeritas que trabajan con y por la memoria desde el margen. De tal manera que, los hallazgos que se esbozan aquí se relacionan con aspectos como la ideología y los procesos de recuerdo y olvido son transitorios, y el énfasis se sitúa en las preguntas: ¿Dónde se encuentran los últimos armeritas? y ¿cuál es su relación con los procesos de memoria?
En primera instancia, es importante mencionar que la investigadora se había trazado un trabajo etnográfico conducente a la escritura de historias de vida y, a través de esos relatos escritos por los armeritas, analizar aspectos de sus procesos de recuerdo y olvido que develaran trayectorias existenciales para poder identificar aspectos de su configuración identitaria. Por lo tanto, durante los seis primeros meses del ejercicio entrevistó a nueve personas; seis hombres y tres mujeres, todos mayores de 50 años y en condición de vulnerabilidad por su condición socioeconómica y por su estado de salud. De los nueve, ocho sabían leer y escribir, pero no podían hacerlo porque tenían problemas de artritis, de temblor por debilidad muscular, o problemas de visión. Tres vivían solos y tenían dificultad incluso para preparar sus alimentos— son hombres que hablaban poco, pero no podían contener el llanto al recordar la vida que tuvieron en Armero y contrastarla con las condiciones de miseria y abandono en las que se encuentran actualmente; dos perdieron a toda su familia en la avalancha y el otro se fue quedando solo después—. Cinco de los nueve sobrevivían, y muy posiblemente aún lo hacen, con el subsidio del programa Colombia Mayor y de la caridad de sus vecinos. Solo tres poseían teléfono celular con capacidad para aplicaciones como WhatsApp; y dos no poseían ningún tipo de teléfono o dispositivo que les permitiera comunicarse. «Pa´ qué teléfono si no tengo quien me llame y mucho menos a quien llamar, Soledad llega sola», (Antonio, comunicación personal, 16 de noviembre de 2019). Él hablaba de la soledad como si fuera una persona, su eterna compañera desde que la avalancha se le llevó a todos los miembros de su familia, sus posesiones materiales y la red simbólica sobre la que sostenía y proyectaba su existencia. Solo su profunda fe y el temor a un ser superior le habían impedido arrancarse la vida y con ella el dolor que no deja solos a los recuerdos que le vienen de Armero.
En condiciones similares se encontraron los otros ocho armeritas abordados, ¿cómo recordar sin que duela, si su situación actual no les ha permitido sopesar la pérdida de manera alguna? Las carencias sobre las que deviene su vida en la actualidad hacen que recordar sea un proceso intenso, constante y doloroso, porque se rememora sobre el menoscabo, sobre la abundancia que se perdió de manera traumática. La investigadora notó que su memoria se ha configurado sobre el desastre, que ellos viven en un tiempo presente que se percibe liviano porque el pasado es pesado y se encuentra apenas a la vuelta de unos días, no se divisa lejano ni en el tiempo ni en el espacio. La vida presente se diluye en una especie de letargo en la que las condiciones físicas y emocionales no les permite ni siquiera avizorar un camino sobre el cual plantar huellas para que haya un futuro. Caminar resulta difícil no solo por la degeneración física, sino porque la vida ha sido corta para olvidar los caminos aprendidos en Armero y para aprehender y apegarse a los senderos del nuevo territorio. Varios de ellos reconocieron que no tomaron las mejores decisiones cuando se vieron enfrentados a la obligación de seguir viviendo. Al respecto, don Ricardo, hijo de uno de los fundadores de la famosa orquesta Las Águilas del Norte, y quien, sin una pierna, pide limosna en las calles del Centro-Sur de Bogotá, afirmó:
A mí me dieron casita en Guayabal, pero yo la vendí y le di una parte a mis hijos y otra me la bebí. Entiéndame, cuando uno todos los días se levanta pensando en que en cualquier momento le llega la muerte, lo que uno menos quiere es aferrarse a bienes materiales, uno sabe que lo que le queda es lo que se disfrute en el momento…Pero a veces la vida se alarga más de la cuenta y uno tiene que rebuscársela pa´no andar con la barriga vacía y durmiendo a la intemperie. (Ricardo, comunicación personal, 5 de diciembre de 2019)
Don Ricardo, como otros armeritas, es un reflejo viviente de la deficiente atención psicosocial con que se les recibió después de la tragedia, muchos supervivientes no recibieron ninguna porque desde el Estado colombiano se asumió que darles cuatro paredes y un techo era todo lo que necesitaban para continuar con la vida. Al respecto, en una de las entrevistas con el secretario de FEDEARMERO 2 , él expuso:
Doña Dora de Barragán era una empresaria exitosa en Armero, tenía una camioneta Subaru, varios negocios y una gran casa. Después de la avalancha le dieron un ranchito sin estucar en Ibagué, puso un puestico de obleas en la puerta, hasta que el Alzheimer y la tristeza la redujeron a la cama de la que ya no se puede levantar. (secretario de FEDEARMERO, comunicación personal, 4 de marzo de 2020)
Como ya se dijo, una adecuada atención psicosocial hubiera ayudado a encontrarle sentido a la vida a pesar del vacío que dejó el desastre, les hubiera permitido reconocer y acoplarse a la realidad en vez de huir de ella o distorsionarla acrecentando el trauma, como plantean Bernal-Maz y García-Corredor (2016).
Luego del primer grupo de nueve supervivientes, se abordaron otros armeritas que también recuerdan marginados de la sociedad colombiana, a algunos de ellos se les contactó telefónicamente y a otros por internet debido a la pandemia que apareció de repente e impidió el desplazamiento y el contacto físico. Estos 24 supervivientes también están atiborrados de recuerdos con los que se atragantan al hablar, le temen al olvido porque saben lo que es vivir en él, pero también porque lo ven como una sombra grande que amenaza con aplastarlos para siempre y, con ellos, a su amado Armero. Viven el día a día, conscientes de que el tiempo no claudica ni da esperas, y sus cuerpos se deterioran sin pausa, sin que siquiera hayan alcanzado a reconocer los recovecos de los caminos en el nuevo territorio. A sus manos, sus ojos y sus mentes les cuesta sembrar palabras en un papel, pero la vivacidad de sus relatos da cuenta de manera lúcida sobre su trasegar existencial.
Así las cosas, les queda la palabra y todos los elementos suprasegmentales de la comunicación oral para vaciar el contenido de su memoria y traer al presente los retazos del pueblo, que, aunque ellos ya no lo pueden habitar, este no ha dejado de habitarlos a ellos. Los armeritas se ahogan en sus propios recuerdos, porque lejos de ser valorados y reconocidos como miembros de una estirpe valiosa, de la que no deberían ser tan dolorosamente arrancados, están al margen de una sociedad propensa a la indiferencia y a la injusticia como plantea Aguillón-Lombana (2021a). La tabla 2 sintetiza aspectos de la población entrevistada.
Tabla 2. Armeritas entrevistados personalmente
El rastreo de diversos grupos de supervivientes establecidos en la red social Facebook resultó bastante fructífero en términos de conglomeración de supervivientes y de diversidad ideológica, como se verá más adelante. En la tabla 3 se observan los resultados de dicho rastreo. La información se ha organizado teniendo en cuenta la frecuencia de interacciones en los grupos que evidencian mayor número de miembros.
Tabla 3. Grupos de armeritas que trabajan por la memoria a través de Facebook
Como se puede observar, en estos grupos existe un afán por resaltar la centralidad del pueblo haciendo uso de la toponimia, pero no en todos los casos se agrega un «apellido» que haga referencia a la virtualidad, porque según algunos de los creadores asociar el nombre del pueblo con la palabra «virtual» u otra que haga alusión a esta condición puede generar una asociación con la fantasía, y para ellos «nada más real que Armero». De hecho, el único grupo que utiliza la palabra virtual es el creado por la persona que representa la institucionalidad estatal. También es importante mencionar que en la mayoría de estos grupos se observan aspectos que fueron decisivos para la ubicación de un grupo amplio de armeritas, como la característica de hipervinculación que ofrece la web, pero también para comprender de entrada algunos aspectos ideológicos que subyacen en sus luchas por la memoria como forma de reconocimiento. Ello, en tanto las dinámicas allí expuestas, se han enmarcado en unas condiciones temporales y espaciales de las que se da cuenta a través de la información que se provee, y que vienen a hacer parte del ecosistema comunicativo y existencial instaurado en el espacio digital. Así, este recoge relaciones de coexistencia en las que se hacen perceptibles vínculos e interacciones, que de acuerdo con Ramírez-Velázquez y López-Levi (2015) ocasiona la construcción, transformación, percepción y representación de una realidad.
Lo anterior, supone la caracterización de un espacio enmarcado para la rememoración de acuerdo con determinadas intencionalidades de la colectividad, se encuadran espacios destinados al trabajo con la memoria (Truc, 2011). En ese sentido, el espacio virtual compartido y territorializado, se ambienta con elementos como fotografías, videos, películas, audios, recortes de prensa, documentos oficiales o personales como cartas, postales, billetes y facturas. También se observa con bastante regularidad el uso de emoticones. Los memes, por su parte, no han logrado ganarse un lugar significativo en dichos grupos, esto puede ocurrir debido a la sacralidad con que se asumen las imágenes que allí se postean, incluso en aquellas en las que aparecen personas que aún están vivas se observan comentarios considerados y respetuosos— hecho que es de alguna manera incompatible con la naturaleza del meme—. Esta realidad tiende a transgredirse en épocas electorales o de convulsión social como en la actualidad por la pandemia, porque son situaciones propicias para que salgan a flote ideologías e imaginarios que generan cuestionamientos, y casi siempre, enfrentamientos entre algunos de los miembros.
De esas luchas por la memoria, vale la pena resaltar que el tema de la religión generaba bastante controversia cuando la tragedia estaba más reciente, pero con el paso del tiempo esos detractores comenzaron a ser menos participativos o fueron expulsados de los grupos debido a que la mayoría de sus miembros son personas mayores y muy religiosas. Así, aún se encuentran comentarios sobre creencias como que la tragedia fue la consecuencia de una maldición proferida por el sacerdote conservador que fue asesinado por los liberales y otras situaciones que se vinculan con las llamadas «memorias vergonzantes» a las que se refiere Connerton (2008). Estas interacciones han disminuido su frecuencia por las acciones mencionadas, en la actualidad las que generan mayor controversia tienen que ver con imágenes o videos que comparten algunos miembros en los que se asegura que se observan fantasmas u otro tipo de entidades paranormales. De la misma manera, el tema económico resulta ofensivo para algunos supervivientes que consideran que su dolor no puede medirse y mucho menos comprarse. También resulta ofensivo para otros armeritas, porque sienten que lo que les ofrecen es muy poco, «limosnas», en comparación con todo lo que perdieron, pero, sobre todo, por la gran cantidad de recursos que se han desviado a causa de la corrupción; lo que conllevó a que no todos los damnificados fueran tratados de forma ecuánime.
Finalmente, están quienes han sido estafados por algunos inescrupulosos que han ofrecido ayudarles con trámites como la obtención de documentos para acceder a las reparaciones económicas que contempla el Estado en la Ley 1632 de 2013. Como se mencionó previamente, esas inconformidades han favorecido la creación de nuevos grupos, algunos de ellos tienen como fin tratar temas específicos y que requieren de cierta rigurosidad en el trabajo por la memoria. Así, se ha podido conocer los debates que se dan en grupos como Armeritas: ¿Qué opinan de la LEY 1632 DE 2013? En los que se hacen evidentes posturas vinculadas con intereses particulares, posicionamientos de inconformidad o de beneplácito frente a las actuaciones de los representantes de la política estatal o de los «emprendedores de la memoria» que menciona Jelin (2012), y los cuales van desde quienes devengan su sustento al vender películas, estampas y otros elementos en el camposanto, hasta quienes han obtenido beneficios económicos en el ámbito político por el hecho de ser armeritas, pero no han defendido los intereses de la colectividad.
A pesar de estas disputas hay hechos que atraviesan el corazón de todos los grupos y frente a los cuales se evidencia prudencia y un alto sentido de sensibilidad y respeto. Tales hechos tienen que ver con la muerte de algún armerita reconocido, avisos de personas que siguen buscando a sus desaparecidos, los vídeos e imágenes de las conmemoraciones de cada 13 de noviembre, o también por los hechos de inseguridad que se han presentado en el camposanto por la falta de presencia estatal. Al respecto, vale la pena mencionar que, en octubre de 2018 una reconocida emisora bogotana planeó un especial de noche de Halloween desde el camposanto y la indignación fue generalizada y de tal magnitud que todos los grupos se unieron en la protesta y lograron que se cancelara el evento, aunque no faltó el inconforme que vio en ello la posibilidad de generar «Turismo Negro» como plantean Bilbija y Payne (2011). Por otra parte, es importante acotar que el hecho de que ciertos armeritas se encuentren vinculados a estos grupos, no garantiza ni su inclusión, ni su participación en ellos, puesto que han sido familiares más jóvenes quienes los han vinculado, pero ellos no saben utilizar o no tienen acceso a los recursos que ofrece la web, por lo que la investigadora tuvo que contactarlos personalmente o vía telefónica.
Retomando la idea que vivir es caminar y considerando los nuevos caminos que han tenido que recorrer los armeritas a propósito del desastre, se puede concluir que ellos eran más de los que se mencionan en las cifras oficiales y no todos sucumbieron el 13 de noviembre de 1985. Muchos se han ido muriendo en estos 35 años de desarraigo, unos por muerte física y otros porque las prácticas del Estado colombiano los ha condenado a que el olvido devore por pedazos la población que guardan en la memoria; todo aquello que los hace armeritas en esencia, y que poco interesa ante el morbo que ocasiona la centralidad del hecho catastrófico por la que se ha propendido a través de los medios de comunicación como proponen Bernal-Maz y García-Corredor (2016). Por lo tanto, varios han muerto para el mundo, porque no quieren o no pueden hablar de lo único que mucha gente quiere oír: aquello que aconteció durante y después de la avalancha, como si fuera tan difícil entender que hay cosas que se necesitan olvidar para poder seguir viviendo, como asegura Rieff (2017) —aunque por lógica inversa, entre más se quiere olvidar un hecho, este más permanece presente—.
Después de la avalancha, las noches de los supervivientes estaban llenas de pesadillas, todo acudía menos el sueño; el sonido de la lluvia en el tejado era como las lágrimas de los muertos llorando por el infierno en que se quedaron sus vivos; el miedo llegaba de la mano del silencio y se metía entre las cobijas; en la oscuridad de aquellas noches aparecían cuencas que buscaban sus ojos perdidos bajo el lodo; llegaban manos que tanteaban otras manos para que los halaran de nuevo hacia la vida; jirones de piel que preguntaban por su carne; labios agusanados venían a dar el beso de buenas noches. ¡Cuánto costó reconciliarse con el sueño, controlar los esfínteres del llanto, degustar el alimento, volver a sonreír!
Del trabajo investigativo que se ha llevado a cabo hasta el momento, se puede afirmar que los armeritas poseen una gran capacidad mnemónica y un profundo arraigo a ese sustrato fundante condensado en Armero. Ellos conservan la vivacidad y la alegría de una raza pujante, aunque, a veces, después de la carcajada que llega con el recuerdo de una anécdota divertida, aparezca el llanto descontrolado porque es imposible sacudirse el desastre, y esa ambigüedad la otra gente no la entiende. Los armeritas son muy buenos comunicadores, aunque muchos ya no puedan escribir quieren hablar de su pueblo, de sus infancias, sus adolescencias y adulteces; de toda esa vida pasada que no se llevó el lodo porque, aunque habiten diversos marcos espacio-temporales, Armero no ha dejado de habitarlos a ellos.
Cómo no iba a hacerse más grande el trauma, si una vez sucedida la tragedia, el gobierno de turno decidió repartir a los supervivientes—más de 9000—por diferentes zonas del país, como exponen García (2016) y Cruz (2017), y se corrobora con esta investigación. Así, hubo armeritas a los que el calor les dio su último abrazo y el frío les estrechó la mano y se instaló en ellos para siempre. Entonces, si para Guzmán-Pañuela (2021) vivir es caminar, para esta investigadora ese caminar tiene sentido porque uno va al encuentro con la otredad, porque en una punta del día y en alguna esquinita del mundo alguien nos espera. Entonces hacia allá nos dirigimos, pero no vamos a nada, vamos a interactuar a través de la memoria y el lenguaje. Según Aguillón- Lombana (2021b), los humanos somos seres MELOS, es decir, de Memoria, Lenguaje (y ello nos permite) Organizarnos Socialmente. ¿Pero hacia dónde va uno cuando ya nadie lo espera? ¿De qué habla uno si lo que tiene que decir a nadie le interesa?
Los armeritas abordados en esta investigación presentan una fuerte actividad mnemónica porque es la única forma en la que la existencia encuentra sentido después de las condiciones que han tenido que afrontar. Así, quienes recuerdan al margen de la sociedad, sienten el peso de un pasado que se hace presente para indicar que él siempre fue mejor porque garantizaba el arraigo a un suelo, que además de próspero, era conocido y amado. Ellos ya no tienen fuerzas para reclamar, su lucha diaria es contra el hambre y la enfermedad, y recordar lo que fueron y lo que tuvieron les permite resistir con fortaleza «la prueba de su ser superior» y esperar con paciencia la llegada del futuro. Dicen estos supervivientes que inicialmente daba igual irse a cualquier parte, sobre todo, si ya se había perdido la esperanza de encontrar a los seres queridos perdidos bajo el lodo o extraviados en el gran mercado humano que arrojó niños y jóvenes a diferentes partes del mundo. Situación que corrobora lo expuesto por Paltemaa (2017), quien afirma que con un desastre socio-natural se activan comportamientos y actitudes que resultan contradictorios, puesto que, en el reino del caos que emerge con un evento disruptivo de tales proporciones, se encuentran de frente lo instintivo y lo racional, lo colectivo y lo personal, lo privado y lo público. Según esta autora, un desastre socio-natural es una suerte de reino de la contradicción, lo cual lo hace propicio para comprender una sociedad en conjunto.
El deseo de volver siempre ha estado presente, volver en el tiempo e intentar constatar que todo no fue más que una pesadilla. Volver al lugar, al territorio y llenarse la existencia de sensaciones que traen recuerdos de una vida que ya no está, pero de la cual otro tiempo y otro espacio no los han podido vaciar porque saben lo que son en tanto el pasado los llena, los ocupa, los enreda con su maraña de recuerdos como asevera Aguillón-Lombana (2021b). Los armeritas se hermanaban por el territorio fértil en el que nacieron y hasta cierto punto crecieron, uno que, al analizar los imaginarios existentes, su configuración histórica y geográfica, pareciera estar escriturado a los dominios de la muerte. Los habitantes de Armero eran unos niños, otros adultos; unos hombres, otras mujeres; unos ricos, otros pobres; unos del casco urbano otros de la zona rural; unos locuaces, otros reservados. En fin, eran profundamente humanos y estaban tan acostumbrados a la bondad y a la abundancia de sus senderos, que en cada territorio a donde los arrojó la avalancha buscan el suelo de su pueblo. Están lejos los unos de los otros, pero los hermana el desastre que los rompió a todos, los aúna el desarraigo y el tren de la nostalgia pasa todos los días a recordarles que están solos y que cada vez son más poquitos y menos fuertes.
El tiempo que ha hecho adulta a la catástrofe, ha puesto de manifiesto la dimensión del trauma en la vida que transcurre cada día. Para algunos armeritas, ahora hay un espacio virtual para la rememoración, uno territorializado en la medida de lo posible, que sirve como lugar de encuentro y al que cada armerita vinculado aporta sus recuerdos y se nutre de los de los demás. Sin embargo, expresan incertidumbre frente a la perdurabilidad de estas zonas de encuentro en una red social con marcados intereses comerciales, y claman por acciones contundentes por parte del Estado colombiano como la creación de un museo virtual, que además de recopilar y difundir la cultura armerita, pueda preservarla para el futuro de manera contundente. Los armeritas que trabajan por la memoria se han agrupado para luchar desde las posibilidades que concede el mundo digital, han construido sus propios espacios para el reencuentro y la rememoración a propósito de la indolencia de un Estado que solo ha sabido dar la espalda.
Los armeritas abordados reconocen la diversidad ideológica como un elemento connatural a la forma como el Estado colombiano abordó la situación incluso desde antes de la avalancha. La segmentación evidenciada en las luchas por la memoria que se libran en la actualidad no es más que una consecuencia de lo rotos que quedaron, de las grietas que los fueron separando, de un dolor que de ninguna manera puede ser objetivado ni medido, y, por lo tanto, se expresa de diferente manera. La fragmentación actual no es más que una consecuencia de la inequidad y la dureza con la que muchos fueron tratados, de la corrupción que se nutrió y se sigue nutriendo a costa de su infortunio, de la decisión absurda de separarlos cuando debían estar más unidos.
También se puede concluir que, si no hubiera sido por la posibilidad del trabajo etnográfico digital, se hubiera tenido que detener la investigación porque movilizarse en tiempos de pandemia por la COVID-19 ha sido difícil. Pero, además, la calidad del trabajo investigativo se ha visto favorecida porque se ha podido ampliar la cobertura sobre miembros de la comunidad y, en consecuencia, se ha obtenido información que trasciende las fronteras espacio-temporales tradicionalmente estructuradas.
Finalmente, es importante tener en cuenta que una limitación del estudio se vincula con el hecho de que las personas seleccionadas para el estudio sean armeritas mayores de 50 años, lo cual deja por fuera a aquellas que, para el momento de la ocurrencia del evento disruptivo se encontraban por debajo del rango de los 15 años, como es el caso de esta investigadora. Desde esta perspectiva es posible considerar que, si bien existe trauma, este se ha configurado por factores diferentes a los que configuran la experiencia traumática en las personas que para la época del desastre ya eran adultas; la experiencia de una infancia truncada porque se interrumpió el proceso de escolaridad y todas las dinámicas sociales que ocurren en la institución educativa, por ejemplo. Ello constituye un campo que puede resultar de interés para futuras investigaciones.
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* Este artículo hace parte del proyecto de investigación «Geografías de la memoria y el desastre: imaginarios, creencias y luchas de los Armeritas 35 años después de la catástrofe». Esta se encuentra en curso en la línea de investigación en Memoria, Experiencia y Creencia del Doctorado en Estudios Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá. La investigación se financia con recursos propios y la dirige el doctor Adrián Serna-Dimas.
** Docente investigadora de la Facultad de Educación de la Universidad Antonio Nariño de Bogotá, actualmente vinculada al grupo de investigación Culturas Universitarias. Candidata a doctora en Estudios Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Magistra en Lingüística Aplicada del Español como Lengua Extranjera de la Pontificia Universidad Javeriana. Licenciada en Idiomas de la Universidad Antonio Nariño. Correo electrónico: Anguilo74@yahoo.es
1 Fundación encargada del proceso de reubicación de los supervivientes después del evento catastrófico.
2 Federación de supervivientes de Armero.