La última instancia
Pierre Bourdieu (1984)
Comentario a la traducción
Pablo Cuartas
Aparentemente destinado a confirmar ciertas intuiciones sociológicas, el sentimiento que transmite la obra de Kafka es, en realidad, la anticipación de una manera de ver el mundo social como un juego perpetuo a favor o en contra de la dominación, como una tentativa incesante de conservar su ejercicio o de resistirse a sus efectos. Para decirlo con Borges (1943), “dos ideas ⎯mejor dicho, dos obsesiones⎯ rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas” (p. 9). La literatura de Kafka no escenifica un mundo imaginario que la sociología busca descifrar: más bien, la sociología es un intento de comprender cómo y por qué, en la vida social, somos subsidiarios de los personajes de Kafka.
Si la afirmación resulta excesiva para el conjunto de la sociología, la inspiración kafkiana parece innegable, en cambio, en la obra de Pierre Bourdieu. En la trama opresiva de intermediaciones sin término y sin sentido que viven los personajes de Kafka se perfilan los rasgos centrales de la sociología de Bourdieu, y muy particularmente la certeza que acompaña buena parte de su trayectoria intelectual: la respuesta a la pregunta por el yo está en la sociedad. La angustia de K., Samsa y otros arquetipos kafkianos se funda en esa paradoja: los otros (la familia, un juez) disponen del poder de decir quiénes son, y ese punto de vista exterior y ajeno por completo a sus voluntades no es solamente una constatación sino una constitución: los otros (la familia, el juez) constituyen el yo de K. y de Samsa. Cada uno es por ser y como es percibido, según la glosa del empirismo que propone Bourdieu a propósito de Kafka (1919). No hay verdad del sujeto, aún en sus manifestaciones más íntimas y personales, que no implique una explicación en estricto sentido, es decir, una mirada exterior, lanzada desde el afuera social. De ahí que el propio Bourdieu haya concebido su empresa como un socio-análisis, es decir, como un análisis del sujeto fundamentado no en la psique sino en el socius.
Tal vez no sea desmedido sostener que todas las ideas y obsesiones de Bourdieu aparecen esbozadas en La última instancia que, de hecho, podría ser otro título para El proceso o para La distinción. A tal punto son evidentes los vasos comunicantes entre ambas visiones del mundo, pues, en registros distintos (el derecho y el gusto), resulta claro que es siempre un Otro quien decide qué podemos exigir ante la ley y qué nos está permitido desear como bienes materiales y simbólicos. “La sociedad es Dios” decía Durkheim (1912), contemporáneo de Kafka, y es lícito leer La última instancia como una variación sobre el mismo tema.
Solicitado para el catálogo de una exposición consagrada a Kafka en el Centre Pompidou, el texto de Bourdieu no contaba hasta la fecha con una versión publicada en español. Sin embargo, vale señalar que Bourdieu lo retoma en Méditations pascaliennes, este sí traducido al español, y que las ideas de 1984 gozan en 1997 de una exposición más amplia y detallada. Con todo, en uno y en otro caso, persiste la intención de destacar las potencialidades sociológicas del corpus kafkiano, cuyo leitmotiv podría resumir un aforismo del propio escritor checo: “en la lucha entre el mundo y tú, ponte de parte del mundo” (Kafka, 2012, p. 35). Quizás la sociología, al menos la de Bourdieu, representa la apuesta contraria: proyectar sobre el mundo una lucidez capaz de imponerse, al menos parcialmente, sobre las sutiles estrategias opresivas del mundo social.
La última instancia
[Traducción de Pablo Cuartas]
Todos recordamos el momento de El Proceso en el que Block, el negociante que vive en casa del abogado, le explica a Joseph K. que su defensor se equivoca al definirse como uno de “los grandes abogados”: “todos pueden calificarse lo grandes que quieran, pero al fin de cuentas es el tribunal el que decide”. Y el problema de la identidad verdadera, verdaderamente dicha, el problema del veredicto (veredictum), juicio proferido por una autoridad reconocida, vuelve a enunciarse al final de la novela, momento de las últimas interrogaciones hechas a Joseph K. : “¿Dónde estaba el juez que nunca vio? ¿Dónde estaba el tribunal al que nunca llegó?”. La existencia social es la confrontación entre perspectivas inconciliables, entre puntos de vista irreductibles, entre juicios particulares que se pretenden universales y de los que el insulto y la calumnia contra la existencia ordinaria son apenas el límite; es la lucha simbólica de todos contra todos que tiene por objeto el poder de nombrar, de decir quién es quién y de encarnarlo en su ser mediante la magia del decir verdadero, del veredicto. En este universo de acusadores y acusados –el término kathègoresthai, del que proviene “categorías”, significa acusar públicamente–, Joseph K., paradigma del acusado, inocentemente calumniado –“había que calumniar a Joseph K.: una mañana, sin haber hecho nada malo, fue arrestado”–, se empeña en buscar el punto de vista, el “geometral de todas las perspectivas”, el tribunal supremo, la última instancia. La pregunta más elemental sobre el sentido del mundo social y de la identidad social toma así la forma de una búsqueda del punto de vista absoluto, de la instancia de legitimidad capaz de legitimar las instancias de legitimidad. Esta es una de las razones por las cuales la sociología, si no se tiene precaución, termina siendo teología.
Si la investigación sociológica deriva tan fácilmente en búsqueda metafísica es porque el asunto es de importancia: se trata nada menos que de nuestro ser social, de nuestra identidad, de lo que somos por y para los otros. De tal modo se entiende por qué no es coincidencia que Kafka, judío de Praga, esté de acuerdo en este punto con Proust, judío de París: “nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los otros”. “No eres más que un…” De ahí el poder inmenso de todas las instancias de consagración, incluso aquellas que parecen más cercanas como la institución escolar, los editores, los críticos, etc., espacios y funciones que enuncian la verdad social –¿existe otra?– de lo que somos.
El Proceso ilustra la creación de uno de esos juegos en los que todos estamos atrapados y en los que se juega nuestra identidad, nuestro ser social, nuestro esse que es en realidad un percipi, una “creación del pensamiento de los otros”. Como bien lo muestra la relación que K establece con cada uno de sus informantes, que son también intermediarios (el abogado, el pintor, el negociante, el sacerdote), la mecánica del juego solo funciona si se monta el dispositivo del proceso y, por consiguiente, el proceso engendrado por la relación entre una espera, una impaciencia y una inquietud, de un lado, y de otro la incertidumbre objetiva del futuro deseado o temido: como si su función fuera no defender a K. sino animarlo a persistir en el proceso, el abogado se las ingenia para “llenarlo de esperanzas vagas y de vagas amenazas”. Las dos condiciones esenciales del juego se enuncian entonces: esperanza y temor, incertidumbre subjetiva y objetiva, esperanzas subjetivas y objetivas de ganar o perder.
La ley no escrita de todo juego es que hay que aceptar jugar el juego, prestarse al juego, estar tomado por el juego. En ese sentido, Block es el cliente ideal de la institución judicial: “Nadie puede pronunciar una frase sin que lo mires como si fuera a anunciar tu veredicto final”. K. solo atiende al aparato judicial en la medida en que este se ocupa de su proceso. Al retirarle al abogado la responsabilidad de su defensa, K. “daña el juego” y arruina las estrategias por las cuales el defensor buscaba interesarlo en el juego y, en esa medida, volverse indispensable para K.
Tales estrategias, presentes en todas las instituciones y ritos de institución, tienen por principio elevar las esperanzas subjetivas del beneficio cuando se ponen por debajo de las condiciones mínimas de interés en el juego o, al contrario, rebajarlas cuando se ponen por encima del umbral de incertidumbre, que es otra condición del interés por el juego. Así, el abogado que, acostumbrado a hacer esperar a quienes defiende, le reprocha a su cliente por hacerlo esperar (“en adelante no lo recibiré con tanto retraso”), ve que sus aspiraciones se derrumban cuando K. le anuncia que le retira su defensa.
Pero, para ser eficaz, la manipulación de las aspiraciones y las esperanzas subjetivas debe contar con una verdadera incertidumbre objetiva, inscrita en la estructura misma del juego. Es evidente que la incertidumbre objetiva y subjetiva son inversamente proporcionales al poder que se tiene dentro del juego. Es por eso que el poder se ejerce directamente sobre las conciencias y sobre toda la experiencia del tiempo: en razón de su impotencia teórica y práctica, los dominados están condenados a vivir un tiempo totalmente orientado por los demás, absorbido por los demás, alienado.
Los poderosos son aquellos de quienes se espera algo y que tienen, por esa misma razón, la capacidad de hacer esperar (y de hacer tener esperanza). Puesto que tienen los medios para actuar sobre la esperanza objetiva y subjetiva acerca del beneficio ofrecido por el juego, los poderosos pueden jugar a sus anchas con la angustia que inevitablemente nace de la tensión entre la intensidad de la espera y lo improbable de su satisfacción. La sala de espera, en Kafka como en la vida, en una agencia de empleo como en un tribunal, es uno de los lugares por excelencia de la exhibición del poder, de la violencia ejercida en el encuentro entre el deseo extremo y la extrema incertidumbre.
“No te presentes ante un tribunal cuyo veredicto no reconoces”, dice Kafka. Conviene recordar que el tribunal deriva su poder del reconocimiento que nosotros le concedemos. Pero sería insensato pensar que uno puede escapar a los juegos donde se apuesta la vida o la muerte simbólica: los categoremas más categóricos están ahí, desde el origen –como en El Proceso, donde la calumnia aparece desde la primera frase–, bajo la forma de todos los atributos constitutivos de la identidad social. Y tal vez la imagen del tribunal, realización del poder simbólico absoluto, es apenas una manera de ilustrar el terrible juego social donde se elabora, en la confrontación incesante de la denuncia y la defensa, de la calumnia y el elogio, el veredicto del mundo social, producto despiadado del juicio infinito de los otros.
Referencias
Bourdieu, P. (1984). La dernière instance. In Le siècle de Kafka (pp. 268-270). París, Francia: Centre Georges Pompidou.
Durkheim, É. (1912). Les formes élémentaires de la vie religieuse. París, Francia: PUF.
Kafka, F. (1919). La metamorfosis. Traducción y prólogo de Jorge Luis Borges. Buenos Aires, Argentina: Losada.
Doctor en sociología de la Université René Descartes –Sorbonne Paris V. Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor del Departamento de Ciencias políticas y jurídicas de la Universidad Autónoma de Manizales. Correo: pablo.cuartas@autonoma.edu.co