Emocionalidades en tensión: de la masculinidad militarizada a formas de relación entre los géneros que construyan culturas de paz1*


[Versión en Castellano]


Emotionalities in Tension: From Militarized Masculinity to Forms of Relationship among Genders that Build Cultures of Peace


Emocionalidades em tensão: da masculinidade militarizada às formas de relacionamento entre os gêneros que constroem culturas de paz



Recibido el 29 de junio de 2020. Aceptado el 7 de diciembre de 2020.


Carlos-Darío Patiño-Gaviria2

Para citar este artículo: Patiño-Gaviria, Carlos-Darío; Cadavid-Marulanda, Yuliana- María; Pabon-Valencia, Laura-Vanessa; Duque-Monsalve, Luisa-Fernanda; Sandoval-Casilimas, Carlos-Arturo. (2021). Emocionalidades en tensión: de la masculinidad militarizada a formas de relación entre los géneros que construyan culturas de paz. Ánfora, 28(51), 17-48. https://doi.org/10.30854/anf.v28.n51.2021.720 Universidad Autónoma de Manizales. L-ISSN 0121-6538. E-ISSN 2248-6941. CC BY-NC-SA 4.0

https://orcid.org/0000-0001-7094-1955

Colombia

Yuliana-María Cadavid-Marulanda3

https://orcid.org/0000-0002-0940-0276

Colombia

Laura-Vanessa Pabón-Valencia4

https://orcid.org/0000-0001-7171-0788

Colombia

Luisa-Fernanda Duque-Monsalve5

https://orcid.org/0000-0002-5362-6723

Colombia

Carlos-Arturo Sandoval-Casilimas6

https://orcid.org/0000-0003-0675-1289

Colombia




Resumen

Objetivo: comprender el horizonte histórico de los sentimientos que se producen con respecto a la prestación del servicio militar, las resistencias antimilitaristas y las alternativas de masculinidad en un contexto de construcción de paz y postconflicto en Colombia. Metodología: el estudio se realizó en perspectiva construccionista, con orientación hermenéutica. Se generaron los datos mediante observación participante, entrevistas y grupos focales con 10 colectivos de jóvenes antimilitaristas en diferentes ciudades de Colombia. Algunos de los jóvenes dieron cuenta de sus experiencias prestando el servicio militar. Resultados: se describen los modos cómo los sentimientos y subjetividades de los jóvenes son moldeados en la socialización militar bajo el referente de la masculinidad hegemónica (MH). Así mismo, se presentan las prácticas cotidianas de resistencia y construcción de paz de estos jóvenes, posibles gracias a las transformaciones subjetivas y afectivas que se producen haciendo resistencia a la cultura patriarcal y militarista. Conclusiones: el antimilitarismo, de la mano de la no violencia, configuran relaciones humanas de respeto, amor, solidaridad, compasión, fraternidad y ternura (sentimientos que son reprimidos por el modelo de MH), con lo que se favorece el cambio de los valores militaristas hacia otros valores como la paz, la equidad y la libertad.

Palabras clave: Sentimientos; Antimilitarismo; Masculinidad; Cultura de paz.




Abstract

Objective: to understand the historical horizon of the feelings that are produced regarding the provision of military service, antimilitarist resistance and masculinity alternatives in a peacebuilding and post-conflict context in Colombia. Methodology: the study was carried out from a constructionist perspective, with a hermeneutical orientation. Data were generated through participant observation, interviews, and focus groups with 10 groups of youth antimilitarists in different cities in Colombia. Some of the young men gave an account of their experiences serving in the military. Results: the study describes the ways in which the feelings and subjectivities of young people are molded in military socialization under the referent of hegemonic masculinity (HM). Likewise, the daily practices of resistance and peacebuilding of these young people are presented, possibly thanks to the subjective and affective transformations that occur by resisting the patriarchal and militaristic culture. Conclusions: antimilitarism, hand in hand with non-violence, configures human relationships of respect, love, solidarity, compassion, fraternity and tenderness (feelings that are repressed by the HM model), thereby favoring the change of militaristic values towards other values such as peace, equity and freedom.

Keywords: Feelings; Antimilitarism; Masculinity; Peace culture.


Resumo

Objetivo: compreender o horizonte histórico dos sentimentos que se produzem a respeito da prestação do serviço militar, da resistência antimilitarista e das alternativas de masculinidade em um contexto de construção da paz e pós-conflito na Colômbia. Metodologia: o estudo foi realizado em uma perspectiva construcionista, com uma orientação hermenêutica. Os dados foram gerados por meio de observação participante, entrevistas e grupos focais com 10 grupos de jovens antimilitaristas em diferentes cidades da Colômbia. Alguns dos rapazes relataram suas experiências no serviço militar. Resultados: descreve as formas pelas quais os sentimentos e subjetividades dos jovens são moldados na socialização militar sob o referente da masculinidade hegemônica (MH). Da mesma forma, são apresentadas as práticas cotidianas de resistência e construção da paz desses jovens, possíveis graças às transformações subjetivas e afetivas que são produzidas pela resistência à cultura patriarcal e militarista. Conclusões: o antimilitarismo, de mãos dadas com a não violência, configura relações humanas de respeito, amor, solidariedade, compaixão, fraternidade e ternura (sentimentos reprimidos pelo modelo MH), favorecendo a mudança de valores militaristas para outros valores como paz, equidade e liberdade.

Palavras-chave: Sentimentos; Antimilitarismo; Masculinidade; Cultura de paz.



Introducción

¿Habrá alguna relación entre construcción de paz, nuevas masculinidades y antimilitarismo? Esta pregunta se hace en relación con acciones políticas que llevan a cabo jóvenes que impugnan la prestación del servicio militar y abogan por la desobediencia civil y por la no violencia. Responderla requiere del apoyo de diferentes saberes; aquí se apela a una perspectiva psicosocial con fundamento crítico que procura comprender las apuestas contra el empleo de armas, el mantenimiento de lógicas de guerra y la exaltación de la masculinidad guerrera, como parte de las propuestas alternativas de paz entre los colombianos. A continuación, se esboza lo que la literatura en ciencias sociales viene planteando respecto al núcleo complejo de problematización: patriarcado/masculinidad hegemónica/militarización/construcción de relaciones de paz.

Referente conceptual

Una de las categorías que orientan la construcción de la identidad es la de género (Rambla, 2002), que se reproduce por medio de discursos y prácticas, se sustenta en la diferencia sexual y determina las características de la masculinidad en contraposición a la feminidad (Connell, 1995). Sobre el género como categoría, como performatividad y como construcción social (Héritier, 1996; Bourdieu, 2000; Butler, 2006) se han avanzado estudios y reflexiones; en esta investigación se enfatiza la construcción de masculinidades hegemónicas (MH), en la organización patriarcal de la sociedad, y su vinculación con el militarismo.

El patriarcado es un sistema de relaciones de género que promueve un orden jerárquico de lo masculino sobre lo femenino, el mismo que ostenta un privilegio que deviene en emergencias afectivas y corporales en los espacios relacionales de los sujetos implicados, según sus historias personales y colectivas (Connell, 1995). El patriarcado promueve una masculinidad, denominada “hegemónica” (MH), utilizada y reforzada por la cultura militarista. La MH tiene creencias de base, a saber: a) una belicosidad heroica, el lugar adjudicado al otr@ es el de un potencial adversario o humillador; b) respeto al valor de la jerarquía, asociada a la interiorización del código de la humillación; c) superioridad sobre las mujeres (Bonino, 2002).

El militarismo se configura como un sistema de dominación bélica que consiste en la influencia, presencia y penetración de las diversas formas, normas, ideología y fines militares en la sociedad civil; su lógica está determinada por la resolución violenta de conflictos. Incluye el gasto militar creciente (Ortega, Gómez, 2010; Molina, 2014), el número de efectivos (Isaza, 2013), compras de armas (Ortega, Gómez, 2010), prestación del servicio militar obligatorio para jóvenes masculinos (algunos países incluyen mujeres), los patrullajes en vías públicas y los ejércitos privados (Yuste, 2004). En la vida cotidiana se acrecienta una hegemonía del modelo militar, aportando a la reproducción de un sistema de género excluyente y un modelo de masculinidad hegemónico.

Existen características vinculantes entre patriarcado y militarismo, como la construcción de jerarquías hombre/mujer y la relación protector/protegido (Espitia, 2018). Mientras el militarismo instaura la lógica amigo/enemigo, siendo, este último, objeto de eliminación, el patriarcado coadyuva con instituciones androcéntricas que se fundan en la obediencia (Ospina et al., 2011). Articulados, militarismo y patriarcado, tienen la posibilidad de generar violencias, discriminaciones y privilegios, que conservan el statu quo.

La afectividad ha adquirido relevancia investigativa en temas como la emocionalidad política (Bonvillani, 2013). Este énfasis ha sido denominado “giro afectivo”; algunos autores han generado distinciones entre los conceptos de emoción y sentimiento. Para Rosas (2011), los sentimientos no se reducen a efectos secundarios de emociones inmediatas, más bien constituyen tendencias o disposiciones afectivas referidas a objetos intencionales que atañen a los sujetos y por las cuales se expresa alguna inclinación o sensibilidad. El sentimiento, a diferencia de la emoción, es siempre una cognición acerca de lo que sucede en la emoción, una cognición sobre aquello que nos emociona y que nos facilita la toma de decisiones racionales (Cruz, 2012). El sentimiento, por tanto, está sostenido en la interpretación.

Scheve e Ismer (2013) proponen una comprensión de los sentimientos colectivos (ellos los llaman emociones) como la convergencia sincrónica en la respuesta afectiva de los individuos hacia un evento u objeto específico. Sobre las emociones colectivas, enfatizan la presencia de cuatro mecanismos clave: a) la membresía grupal, b) la influencia de los sentimientos grupales duraderos, c) la contribución de las normas sociales para generar emociones colectivas, d) la contribución de las prácticas culturales a la difusión y validación de los sentimientos apropiados y esperados.

Acá se acepta que los sentimientos tienen un carácter colectivo en tanto habitan el espacio intersubjetivo relacional al cual se pertenece; como producciones colectivas habitan el mundo simbólico, del cual dan cuenta las metáforas y expresiones de la vida cotidiana, que no son lógicas sino sensibles.

Se hace imprescindible un detenimiento en lo que atañe a las culturas de paz. La paz es más que ausencia de guerra, integra capacidad para transformar los conflictos (Fisas, 2011). La creación de culturas de paz implica generar cambios constructivos, reducir márgenes de violencia, estimular relaciones basadas en la equidad y la justicia. Se ha planteado que el mundo de la vida cotidiana es una fuerza generativa, constitutiva y dinamizadora de la esfera pública, por lo tanto, la construcción de paz íntegra implica un diálogo horizontal entre las experiencias locales de paz, diversos sectores sociales y agentes institucionales —incluido el Estado—, sin restringirse a los esfuerzos que realizan las comunidades (Granados, 2021). Desde otros enfoques, se siguen reivindicando las construcciones de paz desde abajo, como el que muestra el estudio de Acosta-Navas (2021) con las mujeres lideresas constructoras de paz de la Comuna 1 de Medellín, quienes trascienden el discurso de la paz liberal y asumen un enfoque crítico de derechos humanos, que construyen paz en clave femenina, a través de la participación comunitaria, ejercen sus liderazgos en el territorio que habitan, y hacen uso de sus saberes populares.

Las culturas de paz cuestionan las culturas masculinas que valoran la dureza y la competencia, legitiman la violencia como modo de gestión de diferencias y conflictos y se asocia al maltrato familiar y la violencia doméstica (Ubillos, Beristain, Garaigordobil, Halperin, 2011). Mientras que las culturas masculinas se centran en los logros individuales y la valoración del honor y se caracterizan por tener mayores índices de violencia colectiva, las culturas femeninas enfatizan la armonía interpersonal y las relaciones comunales (Basabe, Valencia, Bobowik, 2011).

La cultura de paz (de Rivera, citado por Basabe,Valencia, Bobowik, 2011) se define en función de un mosaico de identidades, actitudes, valores, creencias, y patrones institucionales que hacen que la gente se cuide mutuamente, comparta los recursos, y viva las diferencias. Por ello depende de factores sociales, políticos y culturales como: la educación en la resolución pacífica de los conflictos; el respeto de los derechos humanos; la igualdad de género; la participación política; la aceptación de las minorías; la libre circulación de la información; la libertad de expresión; la paz internacional; la seguridad y la promoción de valores como cooperación y cuidado mutuo.

Estado de la cuestión

La institución militar se fundamenta en la existencia de ejércitos masivos y permanentes, de una estructura burocrática y jerarquizada, de una doctrina estructurada y de la obligatoriedad del servicio militar (Zarzuri, Lecourt, 2007). El ejército, es la fuerza militar organizada para la defensa del Estado y la conservación del orden interior. Implica una agrupación humana regida por la jerarquía, la disciplina, el honor y el valor; valores que diferencian a quienes ingresan a las filas y hacen parte de un proceso de socialización secundaria (Serrano, 1972).

Los ejércitos y los cuarteles, se configuran como instituciones totales, caracterizados por el encierro y férreo control sobre las rutinas cotidianas de quienes los integran, sometidos a un régimen de control y vigilancia que requiere de una adecuación de la identidad y del cuerpo de sus miembros. Los sujetos integrados suelen experimentar una modificación negativa de su identidad, pues se pone en peligro la concepción que de sí mismos habían construido previamente, en otros entornos sociales (Goffman, 2001).

Mabee y Vucetic (2018), siguiendo a Mann, plantean que existen tres tipos de militarismo co-existentes en la actualidad: el militarismo del Estado/Nación (fuerzas armadas bajo la figura del Estado); el militarismo de la sociedad civil (incluye grupos paramilitares de tipo “justiciero” contra el crimen o contrainsurgentes, violencia militar organizada apoyada por el Estado); por último, el militarismo neoliberal que supone la mercantilización de la actividad militar, la privatización de la defensa a manos de neo-mercenarios y compañías de seguridad que compiten en el mercado de las armas y de la tecnología militar de alta gama.

Distintos autores ven en la institución militar y en el militarismo, una fuente de construcción de masculinidades hegemónicas. El cuerpo es un objeto construido con una apariencia de masculinidad, incluyendo: modo de caminar, postura, gestos, tono de voz; los que se hacen objeto del trabajo formativo, en una especie de teatralidad que incluye a la vez la disposición del cuerpo del otro (Sirimarco, 2004; Sandoval, Otálora, 2015). La formación militar apunta a valores profesionales, que surgen “naturalmente” de la relación regulada de mando y obediencia entre superiores y subordinados y de su finalidad última: la defensa de la patria (Ruiz, 2012). Esos valores serían: orden, decisión, rectitud, madurez, valentía y liderazgo. Por tanto, el ejército no se refiere solo al manejo de armas o el porte de insignias, sino también a un juego de relaciones, que se instituyen como legítimas, y, por lo regular, como naturales, estableciendo el reconocimiento de la mayoridad del otro; lo que hace que los mandatos no den lugar a opinión o valoración de lo que se manda (Pérez, 2015).

El estilo de MH connota la posición dominante de ciertos hombres y la subordinación de las mujeres (Connell, 1995, p. 12). Tal subjetividad masculina, se construye participando en diferentes espacios sociales, en los que prevalece un sistema normativo-valorativo-afectivo. En concordancia, Garay (2014) apoya la idea de que la masculinidad supone acogerse a una serie de imposiciones en cuanto a la manifestación de la afectividad, con los sentimientos relativos al miedo, la tristeza y, frecuentemente, hasta la ternura. Bonino (2002) plantea que la red de afectos que se crea en torno a las creencias de la masculinidad hegemónica, incluye la ilusión de que algún día el sujeto será autoridad y dueño de alguien/algo; la lealtad, el honor, la generosidad (protectora), soportar/aguantar, el respeto admirativo/temeroso, el dolor al sometimiento.

Son los mismos hombres quienes se vigilan y regulan un estándar, que responde a la condición masculina como algo que debe conquistarse. Como lo señala Figuera (2005), el modelo masculino dominante defiende la heterosexualidad y rechaza activamente la homosexualidad como algo que debe evitarse. La MH emparentada con agresividad y violencia naturaliza la figura del hombre militar y superior, “heterosexismo agresivo” (Donoso, 2015; Rodríguez, 2011).

En perspectiva feminista Suárez (2015) estudió cómo se violan los derechos humanos de las mujeres, por parte de paramilitares que daban rienda suelta a su machismo. Añade que los jóvenes ingresaban al paramilitarismo para lograr sus intereses de exaltación de masculinidad y de poder. Con ella coinciden Rodríguez (2011) y Hernández (2003), al evidenciar que, en las guerras, las mujeres son objeto no solo de violaciones, sino que son también un campo de batalla, tanto física como simbólicamente. El colectivo antimilitarista Mujeres de Negro de Belgrado, denunciaban el empleo de la fuerza y la violencia en la Guerra de Kosovo, según la experiencia del clima bélico en la Serbia de Milosevic (Hernández, 2003). Bjarnegård y Melander (2011) coinciden en que los roles de género glorifican y refuerzan el militarismo y legitiman la subordinación de las mujeres.

Una de las características más llamativa de la MH, es la necesidad de que el hombre se aproxime al modelo del guerrero, titular natural del poder; la sociedad lo legitima y le da lugar a su dominación sobre las mujeres y sobre otras masculinidades no hegemónicas. La interiorización de tales ideales y los símbolos de omnipotencia que acompañan la configuración de esta masculinidad, son los que justifican su ejercicio de control y dominación (Ruíz, 2003). En este contexto se crean también las masculinidades subordinadas, un ejemplo es la masculinidad gay (Sharoni, 2008). Sobre esto, Gallego (2018) llega a las siguientes conclusiones: a) perpetuar el arquetipo del guerrero creando ejércitos, es mantener vigente la violencia de género; b) la masculinidad hegemónica atenta contra la dignidad del hombre; c) no perpetuar la masculinidad hegemónica, es una consigna para ser objetor de conciencia en Colombia. Carreño (2019), igualmente concluye que el antimilitarismo cuestiona el militarismo y el patriarcado, en especial las relaciones de género, la producción de lo masculino y de lo femenino, y la producción de las diferencias sociales basadas en la imagen del militar.

Finalmente, Henry (2017), así como Parpart y Partridge (2014) y Sharoni (2008), en perspectiva interseccional, se cuestionan por otras relaciones de dominación que se entrecruzan con la masculinidad militarizada (por cuestiones de raza, etnia, sexo, edad, clase social). Pues los significados y prácticas asociados con la masculinidad militarizada están influenciados tanto por el contexto como por el lugar social y el punto de vista político adoptado por los hombres en relación con un conflicto político (Sharoni, 2008). En este marco se crea e impone el servicio militar para que los “nuevos héroes” actúen como defensores de “la madre patria” (así en femenino), dominen las armas y hagan de la violencia un método para la resolución de los conflictos (Ruíz, 2003; Salazar, 2013; Theidon, 2009).

Planteamiento del problema

Como se logra apreciar, se han producido una serie de planteamientos que cuestionan la construcción de una masculinidad, las bases del patriarcado, y las diferentes formas de dominación; señalando los lugares de privilegio, control y subordinación de un estereotipo masculino, sobre otras opciones de masculinidad y sobre lo femenino; con valores, comportamientos, símbolos guerreros, formaciones corporales, además, en un marco de relaciones en las que el patriarcado equivale a militarismo. No obstante, los autores no reconocen con suficiencia los sentimientos como constitutivos del hombre militar, y cuando lo hacen, los asimila a valores, por lo que la afectividad queda excluida de las posibilidades de transformación de esa masculinidad en cuestión.

Esto se presta para plantear el siguiente supuesto: que los sentimientos son constituyentes de subjetividades militarizadas y tienen un carácter social, dado su proceso de construcción, que no es otra cosa que un proceso de habituación y significación que se va institucionalizando en el conjunto de prácticas sociales (Berger, Luckmann, 1986). Nuestro marco de referencia acepta que hay tres sentimientos que son alentados por la institución militar: el sentimiento ético de patriotismo, asociado a la defensa de la comunidad; el espíritu militar, relacionado con la eficiencia y el sentimiento del honor que tiene que ver con el deber de cooperar con el fortalecimiento del ejército (Fernández, 1986). Además, la práctica militar atribuye prestigio a la valentía (Rambla, 2002).

Ahora bien, si se ha hecho referencia a todas estas ideas que circulan en la literatura de ciencias sociales, es por dos razones: primero, mostrar que la tradición teórica e investigativa no ha soslayado las relaciones entre masculinidad/militarismo, solo que al hacerse desde lugares de confrontación (feminismo, nuevas masculinidades) en torno a los efectos de dominio y poder de las MH sobre las mujeres y sobre otras masculinidades— o también, sobre otros actores subalternizados— han descuidado el papel de los afectos como horizonte para procesos de paz, en aras de transformar tales masculinidades militarizadas; segundo, porque en el horizonte de este estudio queda la inquietud por las contribuciones que, desde el feminismo, las nuevas masculinidades, el antimilitarismo (la objeción de conciencia) y una psicología social crítica (ante los modos de expresión del poder), se puedan hacer a la construcción de culturas de paz.

Es el momento de plantear otro supuesto: la reestructuración de las masculinidades es una opción para la paz siempre y cuando también incluya transformaciones en los modos de sentir y expresar nuestras emociones. Deconstruir el patriarcado militarista —y las desigualdades que engendra— requiere poner en jaque sentimientos de honor, valentía, coraje, patriotismo suicida y humillación del otro, y proponer otros en concordancia con la equidad, el respeto, la solidaridad.

Ahora bien, un proceso de reconocimiento de sus sentimientos, por parte de los hombres, es una manera de emprender la desmilitarización de los afectos impuestos, de construir relaciones pacíficas (en medio del conflicto) y de hacer resistencia a este modelo del que se ha venido hablando. Los sentimientos son objeto de militarización cuando los hombres son limitados a experimentar unos al servicio de la dominación y reprimir o transformar otros; por eso, conectarse con sus propias emociones en otros espacios relacionales diferentes a la milicia se convierte en una posibilidad de ir desmilitarizándose (Theidon, 2009), trascendiendo el honor y la valentía que les imprime la socialización militar. Una situación específica la ha vivido Colombia por décadas, la confrontación bélica se amparó en la imposición de emocionalidades, como la venganza, el odio, el rencor y el asco social, sobre otras como la fraternidad, el cariño o la confianza.

Lo anterior supone que la masculinidad tiene que ver con un conjunto de emocionalidades articuladas, que exaltan el modelo masculino militar y limita la posibilidad de que se construyan emocionalidades masculinas alternas. Para ello, la afectividad es entendida como una construcción colectiva (Fernández, 2000), que atraviesa las interacciones y los cuerpos (Bonvillani, 2013; Urzúa, 2011), se hace performativa en las prácticas relacionales (Belli e Íñiguez, 2008), se integra con ideales colectivos (Cruz, 2012; Rodríguez, 2008), significan en la vida pública y da forma a los vínculos sociales (Nussbaum, 2014). La afectividad adquiere carácter político cuando se entrevera en las relaciones de poder y de alianza, cuando ocupa las arenas públicas (Cefai, 2011), para promover relaciones de dominación o de emancipación, y cuando media en las relaciones entre los géneros.

Por ello, el presente estudio se ha preguntado por el horizonte histórico de los sentimientos que se producen con respecto a la prestación del servicio militar, por los afectos que acompañan las resistencias antimilitaristas, y por los aportes que, desde diferentes feminismos y diferentes alternativas de masculinidad, pueden contribuir a una propuesta de desmilitarización de los afectos conducentes a la construcción de culturas de paz (incluso entre los géneros).


Metodología

El presente informe resulta de un estudio realizado en el marco de una investigación más amplia en torno a los sentimientos que se producen entre antimilitaristas, los cuales se oponen a la prestación del servicio militar obligatorio y a la imposición de un modelo de masculinidad militarizada. El enfoque general es interpretativo (Vain, 2012), según el cual los sujetos producen realidades e interpretaciones interrelacionadas (situaciones) en un horizonte histórico. Se adopta un diseño cualitativo (Creswell, 1994), que adopta la perspectiva del sujeto conocido (Vasilachis, 2007), y el uso de procedimientos para construir y analizar datos expresados en relatos y registros de observaciones de acciones in situ, a través de momentos en espiral.

El supuesto teórico-metodológico es que la acción humana, como sus dimensiones de género y los afectos, devienen construcciones sociales, históricas y performativas en constante tensión. Esas formas mencionadas definen lugares a los sujetos en relaciones de poder y son portadoras de marcos de interpretación y acción. También se orientó por una perspectiva teórica construccionista siguiendo un enfoque hermenéutico.

De acuerdo al problema de estudio hay dos movimientos metodológicos: uno con antimilitaristas de cuatro ciudades de Colombia, y otro con un conjunto de investigaciones y reflexiones de autores de diferentes contextos nacionales e internacionales. Con el primer movimiento nos aproximamos a las acciones y experiencias de los jóvenes, adoptándolos como textos, sobre los cuales hay que construir sentidos comunicables. Acciones y experiencias que se expresan en relatos orientados por una guía de entrevista flexible y abierta, que se desenvuelve según los aspectos tratados y emergentes en la misma, sin acotarla a una estructura rígida. Estos temas fueron cambiando con el curso de la investigación, pero los mismos giraron en torno a cuatro ejes: experiencias personales en el ejército, acciones antimilitaristas, papel de ciertas categorías interpretativas (patriarcado, objeción de conciencia, masculinidad, no violencia) y sentimientos compartidos. La observación paulatina sobre las acciones y las conversaciones informales fueron dando lugar a temas de la misma.

Se acudió a un conjunto de colectivos organizados, cada uno de los cuales representa su modo de ubicarse en relación con la propuesta antimilitarista que siguen. Estos colectivos fueron: Acción Colectiva por la Objeción de Conciencia (ACOC); Proceso Distrital de Objeción de Conciencia (PD-OC), Bogotá; Kolectivo Antimilitaristade Medellín (KAM); Tejido por la Objeción de Conciencia; Kolectivo Clown Nariz Obrera (KCNO), Medellín; Red Feminista Antimilitarista, Medellín; Quinto Mandamiento, Barrancabermeja; y miembros de iglesias menonitas y evangélicas de Barranquilla, Medellín y Bogotá. Además, participaron activistas de dos campañas: “Bájate del camión”, de Medellín y “Sin discreción”, a nivel nacional, así como antimilitaristas presentes en el Segundo Encuentro Nacional de Objetores de Conciencia (ENOC), celebrado en Bogotá en el año 2014. De manera independiente participaron cuatro jóvenes, dos que prestaron su servicio y dos que se negaron a prestar el servicio militar: uno por objeción de conciencia, quien fue desacuartelado por decisión judicial, y otro que se abstuvo de presentarse por estar en contra de la institución militar, sin ser activista político. Sus respectivos nombres son sustituidos para ocultar su identidad.

Para el análisis de la información, las categorías se generaron a partir de la inducción analítica (Schettini, Cortazzo, 2015). La información obtenida de conversaciones y notas de diario de campo fue inicialmente tematizada definiendo categorías de afectos: miedo/temor, indignación, entusiasmo y de poder. Subcategorías organizadoras del contenido: homosexualidad, masculinidad, masculinidad hegemónica, militarismo, militarización, mujeres, objeción de conciencia. Luego se construyeron categorías de situaciones: militarismo, militarización, resistencia y patriarcado.

El proceso de análisis se orientó adoptando una postura de intérpretes de los relatos de los colaboradores, siguiendo un procedimiento de puesta en relación de los testimonios entre sí, en relación con el contexto político desde el cual asumen su postura antimilitarista, y como jóvenes que se niegan a “parecerse” a los hombres soldados fuertes y vigorosos. También se asumió que sus relatos no son objetivos, sino que entrañan sus modos compartidos de entender la experiencia militar, sea que la hayan vivido directamente o no. En ese sentido, se logran descubrir tendencias interpretativas entre los jóvenes que son codificadas como categorías emergentes, las mismas que iluminan la descripción de resultados.

Para todo este proceso, se siguieron los procedimientos de la ética investigativa que se concreta en el consentimiento informado, y además se realizaron diferentes encuentros con el colectivo participante, en donde se socializaron resultados parciales del proceso de investigación.


Resultados

En lo que sigue, se esbozará lo que, en la comprensión de los objetores de conciencia y antimilitaristas, constituye la institución militar.


Militarización: hombres obedientes con cuerpos moldeados

La subjetividad juvenil antimilitarista concibe al ejército como el escenario donde prima el control y la agresividad del superior hacia el soldado: “empezó en sí como el control mental, como que acá es otra cosa y aquí se hace lo que el comandante diga; no pregunte, haga; no me cuestione las órdenes, haga” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 15/03/2017). En estos espacios, quienes ejercen la autoridad son quienes definen qué se hace y en quiénes se convierten los subordinados: “el soldado tiene tres consignas, qué ordena, como ordene y su orden está cumplida” (Julio, exsoldado, comunicación personal, 05/08/2016). La disciplina y las rutinas actúan como herramientas de sometimiento, donde todo lo que funciona en dicho espacio debe estar alineado bajo la directriz de la autoridad, y orientado por el amedrentamiento, el temor al castigo y la vigilancia de los actos: “todo allá es dirigido, para poner los cordones, bañarse, vestirse, embolar, usted siempre tiene a otra persona que le está diciendo qué tiene que hacer” (Julio, exsoldado, comunicación personal, 05/08/2016).

El servicio militar se vive como aprendizaje de la sumisión y la abnegación interiorizadas por medio de rituales. El uniforme y el rapado representan la renuncia a la construcción de su propia subjetividad, al respecto un joven señala: “El soldado tiene que estar afeitado todos los días, estar bien motilado, tener las uñas cortadas, tiene que tener las botas brillando” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 15/03/2017). De este modo, el soldado es una metáfora de la lógica del ejército y su cuerpo se convierte en territorio de control y moldeamiento militar.

La obediencia constituye la única modalidad de vinculación para el soldado; quien no obedece se hace objeto de ofensa e intimidación por los superiores:


Pocos tenían el carácter de decir ‘no quiero’, el que usted le dijera no a un mando, significaba que el mando te ponga a todo el pelotón en contra tuya y te amenace diciendo que le va a informar al capitán” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 15 de marzo de 2017).


Obedecer sin cuestionar es acatamiento de órdenes, acción sin reflexión, la cual favorece a la formación de carácter agresivo y violento: “es lo que diga el que da órdenes y ya, entre más obediente sea el soldado, más bacano vive” (Julio, exsoldado, comunicación personal, 05 de agosto de 2016). Dicho moldeamiento es legitimado por la familia: “cuando vine a casa, ya era una persona muy distinta, sí; entonces yo llegué y ellos [sus padres] de alguna manera tenían una percepción mía como que ¡uy si, mero hombrecito!, mi papá feliz” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 15 de marzo de 2017).

El ejército conforma una comunidad legítima de hombres en la que se crean sentimientos colectivos como el de honor militar asociado al deber de cooperar con el fortalecimiento del ejército, con su prestigio público y reconocimiento popular (Fernández, 1986). Por el contrario, para los pacifistas, el sentimiento es de frustración y traición a sí mismos: “ser soldado es una estupidez porque uno es un peón del Estado, uno no vale nada, vale más el fusil que uno, porque eso es algo que siempre le preguntan a uno, por el fusil” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 15 de marzo de 2017).

Que el resultado de hacerse un soldado sea la configuración del hombre disciplinado, viril y valeroso permite comprender cómo la sociedad patriarcal reproduce la lógica relacional del ejército y sus emocionalidades típicas. Para los antimilitaristas el ejército representa el escenario donde la relación está basada en la obediencia y el acatamiento de órdenes, que, a la vez, se convierte en el lenguaje del soldado. La abnegación y sumisión es comprendida como la apuesta por hacer del ejército los medios de socialización de hombres, no solo obedientes sino guerreristas. La cultura militar es la del sometimiento y no de la libertad.

Estos hallazgos coinciden con el planteamiento de Goffman (2001) sobre los efectos de las instituciones totales—en este caso del ejército—sobre la identidad y corporalidad de los sujetos. A consecuencia de los rituales de ingreso, de las diversas pérdidas—del propio nombre, de objetos e interacciones cotidianas que hacían plausible la identidad previa del sujeto—, mediante las humillaciones, maltratos corporales y exigencias continuas de muestras de sumisión, se generan una serie de “mortificaciones” del yo y de transformaciones negativas de la identidad, de las que resulta extremadamente difícil recuperarse.

En síntesis, la militarización y el militarismo significan modos de relación, acción y simbolización, ambos comparten una misma lógica (control), y representan los valores patriarcales de fuerza y dominación. Para los antimilitaristas es en esta lógica donde se refuerza la masculinidad hegemónica, cuestionada y rechazada emotivamente.


Masculinidad, símbolo de relaciones de poder, violencia y sometimiento

En escenarios sociales donde las prácticas de guerra se legitiman y reproducen, la masculinidad hegemónica es el único referente de “un verdadero hombre”: “En ellos (los hombres) si está muy metida la práctica de guerra, [la que] te hace más masculino” (María, Kolectivo antimilitarista de Medellín, comunicación personal, 22 de enero de 2017). La violencia está relacionada con los valores “masculinos” como la exaltación de la fuerza, virilidad, agresividad, hombría, sexismo, homofobia, etc.


Ser burdo, de un temperamento muy violento, te reconocen como ¡uy!, mero parado, mero si…, más hombrecito” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 2017). “Los jóvenes que van al ejército, piensan que es para machos, piensan que es el macho de la cuadra” (ENOC, 2014).


El valor de lo masculino es inversamente proporcional a la devaluación de lo femenino. Mientras lo femenino es natural, lo masculino se debe lograr y probar mediante hechos de virilidad (Ospina, H., Muñoz, S. y Castillo, J., 2011). El culto a la masculinidad se caracteriza por la transgresión física y verbal entre hombres y la ofensa sexual contra las mujeres (Ruíz, 2003). En contexto bélico, la mujer es botín de guerra y el varón, por el contrario, se posiciona como ser de superioridad, protección y dominación, como lo entiende un exsoldado:


el hombre es fuerte, no llora, no puede ser débil, tiene que negar sus emociones mientras que la mujer es sensible, protectora, cuidadora y, por ende, también se expresa como desde esa construcción de hombre al creer que es necesario cuidarla, protegerla, acecharla y controlarla” (Julio, exsoldado, comunicación personal, 05 de agosto de 2016).

Desde el lado antimilitarista se objeta: “ese calificativo marca mucho a la mujer porque… ¡cómo que somos débiles! Tan débiles somos que somos capaz de dar vida” (Mujer en Encuentro Nacional de Objetores de Conciencia, Entrevista grupal 3, 15 de junio de 2014)

El rechazo de personas homosexuales7 es interpretado como una cuestión de cultura machista: “si usted es homosexual quiere decir que no es hombre, entonces no nos vamos a poner a forzarlo para que haga cosas de hombres” (Andrés, exsoldado, comunicación personal, 15 de marzo de 2017). Ante estas lógicas de relación los sentimientos de asco se movilizan, y la resistencia a la masculinidad hegemónica a través de prácticas de solidaridad colectiva, se activa:

Nosotros nos relacionamos para poder aportar a un cambio en esta sociedad porque estamos fastidiados, estamos hartos de esta sociedad, porque es una sociedad donde la regla que prima es la del varón fuerte sobre el débil, entonces desde la debilidad nos juntamos y nos volvemos fuertes y en bloque confrontamos la fuerza.” (Payaso 01, miembro de KCNO, Objetor, comunicación personal, 15 de junio de 2014).


El cuestionamiento a las instituciones y los modelos de masculinidad hegemónicos coincide con la emergencia de sentimientos como el amor, la solidaridad y a la confianza entre los antimilitaristas; sentimientos necesarios para sus prácticas de resistencia y para las culturas de paz.

Construcciones cotidianas de paz: otros afectos para desmilitarizar la vida

transformaciones afectivas de la masculinidad hegemónica

Los afectos son objeto de militarización cuando los hombres son limitados para experimentarlos; por eso, conectarse con sus sentimientos, negados por ser hombres, se convierte en una posibilidad de ir desmilitarizándose (Theidon, 2009). Los afectos son valorados por antimilitaristas y objetores de conciencia que hacen resistencia a la militarización de la vida. La pasión en la lucha política, la convicción y diversidad de emociones (solidaridad, amistad, frustraciones, miedos y alegrías) son compartidas en colectivo. Políticamente los crean, y con ellos se impulsan para sentirse con poder (potencia) y seguir luchando colectivamente, considerando de este modo que las emociones son la fuerza motivadora de la conciencia: “puede ser que el mecanismo jurídico no tiene un efecto si el joven no ha sido empoderado desde sus sentimientos, desde todo lo que genera el temor” (Miembro 03, ACOC, Bogotá, entrevista grupal, 17 de julio de 2016).

Las distintas formas de lucha exponen a los antimilitaristas y objetores a una serie de experiencias afectivas: “yo creo que allí la convicción, la pasión que teníamos por ese tema nos llevó a realizar esas acciones de resistencia” (Jorge, objetor, Iglesia Menonita, Barranquilla, comunicación personal, 21 de julio de 2016). La acción directa, como acción política (antimilitarista) se fortalece con el ímpetu colectivo, lo que imprime fuerza a pesar del temor que se pueda sentir. Los logros obtenidos se traducen en motivo de satisfacción, agrado y dignidad (sentimientos de poder) pues el objetivo, ser escuchado, se obtiene: “uno va a diferentes lugares y también hay esas acciones que han sido semillas para generar pasión en otro” (Raúl, objetor, Quinto Mandamiento, Barrancabermeja, comunicación personal, 18 de junio de 2016). Sus apuestas por una paz construida desde abajo demandan de estos sentimientos.

En sus prácticas de resistencia a todo aquello que simboliza militarismo y barreras a la expresión de su masculinidad, los antimilitaristas manifiestan ser movilizados por sentimientos de coraje y serenidad para crear nuevas prácticas de relación: “yo a mis amigos los quiero mucho y en cuanto a mis compañeros de colectivos yo no tengo ningún problema en darles un beso en la mejilla, y es una relación que hemos construido desde hace mucho tiempo” (Payaso 01, Objetor, comunicación personal, 15 de mayo de 2014).

En su experiencia de resistencia a la militarización de la vida, a través de las luchas en las que participan los antimilitaristas, se crean lazos de hermandad; contrario a complicidades grupales en torno a la violencia, típicas de los ejércitos (Rodríguez, 2011). “Uno va creando una hermandad como el tema de AgroArte, son personas con las que uno ha vivido algunas luchas […] las amistades que uno empieza a hacer en el ejército, de alguna forma, fueron amistades muy estratégicas” (Juan, desacuartelado, objetor, AgroArte, Medellín, comunicación personal, 22 de septiembre de 2016). Esas relaciones fraternas en el colectivo son las que impulsan sus transformaciones subjetivas y le dan fuerza al movimiento.

Sentimientos como el amor y la solidaridad emergen en el trabajo conjunto, ajenos al militarismo y la guerra: “le apuesto a otros valores, a la libertad, al amor, a la conciencia, a otras cosas que definitivamente nada tienen que ver con esta sociedad tan militarista” (Gloria, antimilitarista, Taller de Redacción de declaración de objeción. Campaña Bájate del Camión. 07de mayo de 2015.). Y se siente con contundencia, la acción ha de ser inmediata, la solidaridad lo demanda: “Es el momento de decir no más, es el momento de parar esta matanza entre hermanos y empezar a escucharnos, aprender desde el amor y la solidaridad, el compañerismo, empezar a construir cultura entre todos” (Ana María, antimilitarista, Campaña Bájate del Camión. 07 de mayo de 2015. Taller de Redacción de Declaración de objeción, 2015).

El modelo de MH implica la supresión, en los hombres, de sentimientos y expresiones que se consideran típicamente “femeninos”. Los antimilitaristas, por el contrario, exhiben amor, solidaridad y empatía hacia sus compañeros del colectivo, y hacia otros sin distinción de género:

Yo pienso que también es una manera de hacerle frente directo al sistema patriarcal y machista en el que se nos ha enseñado a vivir, […] es romper esquemas en donde yo no puedo abrazar al parcero, […] puedo tratar a la nena como una amiga, no tengo que ser el macho dominante sobre y frente a ella. ¡Hay que romper con esas mierdas y ya!” (Payaso, entrevista grupal. KCNO, 23 de noviembre de 2014).


Por eso han normalizado la expresión de la ternura entre hombres y se niegan a seguir los mandatos de la heteronormatividad. Reconocen y celebran la diversidad en las identidades, orientaciones, expresiones de género y sexuales; tanto de los miembros del colectivo como de todas las personas con las que se relacionan por fuera de él. Esta apertura es un ejercicio cotidiano de construcción de paz. Como lo proponen otros investigadores (Bonino, 2002), la transformación de las identidades masculinas hegemónicas supone la reivindicación de una ética de la igualdad, basada en el respeto a la diferencia, la negación de los valores militaristas (honor, valentía, virilidad, agresividad) y la instauración, en la vida cotidiana, de nuevos valores e ideales como la paz, la equidad, la libertad y el antidogmatismo.


Relaciones horizontales enmarcadas en la noviolencia

En contraposición a la obediencia ciega y la sumisión, los jóvenes siguen otras prácticas. Resisten todo mandato guerrerista explícito (servicio militar, guerras) o implícito (militarización de la vida cotidiana) y reivindican la desobediencia frente a las instituciones sociales que perpetúan lógicas patriarcales o militaristas. En su día a día, los colectivos antimilitaristas se esfuerzan por crear un ambiente de convivencia democrática, libre de toda relación de subordinación, dominio o instrumentalización del otro. Por eso mismo, no se organizan jerárquicamente, sus relaciones se caracterizan por la horizontalidad, la autonomía, la libertad de pensamiento, la toma de decisiones participativa, el debate de las ideas. Estas características acompañan a los antimilitaristas en distintos lugares del país: “las relaciones acá son horizontales, todos ganamos igual, el mismo aporte, no hay jefe, hay horario, hay un compromiso como colectivo” (Miembro 03, ACOC, Bogotá, entrevista grupal, 17 de junio de 2016).

Nosotros, de cierta manera buscamos construcciones de cotidianidades nuestras, en nuestros entornos, […] pero no por una directriz u orientación política de algún partido, sino que es nuestro pensamiento, nuestra autonomía, […] no tenemos ni dirigentes ni líderes ni nada, porque cada uno aporta las cosas, […] por eso el Kolectivo Antimilitarista es una respuesta a una construcción vertical, nosotros somos horizontales, no creemos ni en el militarismo como ejército para solucionar conflictos sino que nosotros creemos también en el diálogo.” (Voz 04, Kolectivo Antimilitarista de Medellín, Entrevista grupal. 15 de agosto de 2014).


En sus relaciones con otros (colectivos, ONG, agentes del Estado o la fuerza pública, grupos armados), hacen valer sus derechos y expresan sus convicciones políticas. Los antimilitaristas dan cuenta de una postura no violenta al confrontar a las instituciones que representan el guerrerismo y el patriarcado:


Pensar en una respuesta […] pacífica-no violenta para enfrentar las injusticias. Esto está más del lado de la insumisión que de la insurrección que involucra el levantamiento en armas, […] y es no violenta porque no se pone en el mismo campo de fuerza, […] y si voy a entrar a hablar con un militar, con un actor armado y me meto en el mismo discurso de él, de la fuerza y de la rabia, me va a agarrar, porque él está en lo que sabe hacer; no, la de nosotros es diferente” (María, Kolectivo antimilitarista de Medellín, comunicación personal, 23 de enero de 2014).


Al igual que los grupos de antimilitaristas, en Colombia existen otras opciones. De acuerdo con Campuzano (2018) participan en procesos cotidianos de construcción de paz, no sólo en acciones públicas de confrontación a los actores armados, sino también cuando en la familia o en su comunidad aprenden a no agredir a sus semejantes y priorizan el diálogo como mecanismo de solución de conflictos. Aquí la paz no aparece como discurso, sino como una práctica cotidiana:

Vamos a crear todos los métodos posibles pero que nunca estén atravesados por la violencia, […] cómo creo relaciones de afecto, y qué tengo que articular por encima de una política de guerra. Esto es una política que mira los afectos y cómo la vamos a vivir, porque es difícil, porque vivimos en una sociedad violenta patriarcal que nos tiene acostumbrados a unas dinámicas. Entonces bueno, intentemos poquito a poquito romper estas dinámicas” (Miembro 01, ACOC, Bogotá, entrevista grupal, 17 de junio de 2016).

Según estos jóvenes antimilitaristas, a no-violencia es una forma cotidiana de relacionarse con otros, distinta a la “paz” como un discurso que puede ser manipulado por los Estados, que, de manera encubierta, siguen respaldando las prácticas guerreristas:


Muchas veces dicen que la paz es a partir del diálogo y no sé qué, pero es que la historia nos dice que es mentira, o sea, que quien utiliza el discurso de la paz es para manipular mentes, y [las] han manipulado durante siglos” (Voz 04, Kolectivo Antimilitarista de Medellín, Entrevista grupal. 15 de agosto de 2014).


Reivindicaciones en equidad de género y diversidad sexual

En la misma dirección de la construcción cotidiana de cultura de paz, los antimilitaristas se oponen al dominio sobre las mujeres, evidente en contextos de guerra (Suárez, 2015). El orden de género que se ha construido históricamente condiciona la forma de pensar sobre sí y de relacionarse con otros, este escenario patriarcal se desarrolla en función de las estructuras sociales, económicas e institucionales (Connell, 2018) donde prima el interés por reproducir las prácticas de exclusión y sostener los privilegios de la masculinidad. Este mismo orden condiciona también su vida cotidiana. Ello implica, en primer lugar, una transformación subjetiva, incluso en las mujeres, para desnaturalizar la violencia de género:


Cuando tú empiezas a entender que hay un sistema de dominación, hace que te moleste. Cuando tú logras deconstruir las lógicas de competencia o la lógica de sospecha de la puta santa “¿Quién sabe por qué la mataron?, ¿quién sabe por qué la violaron?” Cuando tú empiezas a descontruir esas lógicas […] se te hace inaceptable” (Ana, Red Feminista Antimilitarista, Medellín, comunicación personal, 18 de octubre de 2016).


La violencia hacia las mujeres se convierte en motivo de indignación y de acción. En los colectivos antimilitaristas, los hombres promueven la equidad de condiciones frente a sus compañeras y cotidianamente se esfuerzan por deconstruir los estereotipos, prejuicios y roles de género que ubican a las mujeres en un lugar de “inferioridad” social. Como lo propone Tidy (2015) los colectivos antimilitaristas requieren procesos de autocrítica para no reproducir en su interior los privilegios y subordinaciones de género que sustenta el militarismo. En esta lógica, los antimilitaristas que participaron en el estudio manifiestan rechazar toda forma de violencia hacia las mujeres en cualquier ámbito público o privado de la vida. En ese sentido, reconocen que la construcción de la paz no implica, solamente, el desmantelamiento de los ejércitos o los grupos armados ilegales, sino la erradicación a todos los niveles (educativo, laboral, culturales) del maltrato a las mujeres, de su cosificación sexual, de la explotación de sus cuerpos o de su estigmatización como seres “débiles e inferiores”.

Lo anterior, hace parte de los esfuerzos por construir una “cultura de paz feminista” (Checa, Cid, 2003) proveniente del “feminismo pacifista” (Rodríguez, 2011) el cual sostiene que el militarismo afianza la dominación machista y que, para atacar las causas profundas de la guerra, es necesario erosionar las desigualdades de género. En efecto, algunas investigaciones han identificado que la igualdad de género aporta a la construcción de paz en situaciones de posconflicto (Bjarnegård y Melander, 2011), develar la dominación masculina da pie a que se reconozcan otras formas de exclusión que están en la base de los conflictos armados (Connell, 1995). Con todo esto, no es extraño que la superación de las injusticias derivadas del orden de género sea un momento necesario de la construcción de culturas de paz (Tidy, 2015). De ahí la importancia de la articulación del movimiento antimilitarista y el feminista, y de la participación activa de las mujeres en ambos campos:


La mujer también actor, receptor, y promotor de la militarización y de ejercicios de machismo […] tienen un papel político fuerte como sujetos de transformación social, también tiene una postura política-ética que la planta contra la guerra y entonces eso es distinto a ser acompañante de un hombre que está haciendo el proceso de objeción […] eso es importante para crear articulaciones entre objetores y organizaciones feministas” (Mujer en Encuentro Nacional de Objetores de Conciencia, Entrevista grupal 3, 15 de mayo de 2014).


En lugar del desprecio o el odio hacia lo que se considera femenino o débil, los antimilitaristas expresan solidaridad, que se extiende más allá de su colectivo, pues con frecuencia aportan a otras luchas sociales como las feministas, indígenas, campesinas, ambientalistas, obreras, las de la comunidad LGBTI, entre otras. En este sentido, se ha llamado la atención sobre la importancia de la perspectiva interseccional en el movimiento (Henry, 2017).

Prácticas políticas y artísticas como alternativa a la militarización de la vida

Como se ha dicho, la institución militar refuerza los roles de género tradicionales, así como la asignación de actividades en la misma lógica. En oposición a este destino, quienes conforman los colectivos antimilitaristas frecuentemente desarrollan su proyecto de vida en torno al activismo, el arte, la participación comunitaria o la construcción de saberes en el campo de las ciencias sociales. La construcción cotidiana de paz se convierte, como dicen algunos, en un estilo de vida:


He estado trabajando el tema de reconciliación con víctimas y victimarios, en otros procesos estoy trabajando la no violencia, en otros la objeción de conciencia. Para mí, es una sola cosa, todo un proceso con el objetivo de construir paz. Entonces, hoy día yo puedo decir que […] es un estilo de vida, para mí es eso, no es un trabajo remunerado […] es casi que un apostolado” (Jorge, objetor, Iglesia Menonita, Barranquilla, comunicación personal, 21 de junio de 2016).


A través de sus prácticas colectivas, especialmente las artísticas, los jóvenes antimilitaristas buscan difundir sus convicciones antimilitaristas y antipatriarcales y, en ese sentido, lograr la reconfiguración de la subjetividad propia y de sus espectadores:


Si bien desde el discurso oral muchas veces no tenemos esa capacidad para expresar lo que uno siente, se genera un sentimiento de creatividad que se ve materializado en lo artístico […] se está haciendo denuncia, a la misma vez se está proponiendo otra manera de entablar esa relación” (Payaso 07, miembro de KCNO, Taller sobre sentimientos antimilitaristas, dramatización, 19 de septiembre de 2015).


Pero, no solo se trata de prácticas artísticas; las acciones pedagógicas, políticas comunicativas, jurídicas y, especialmente, las acciones directas no violentas, también hacen parte de las prácticas de estos jóvenes activistas: “está todo el tema de las acciones directas no violentas como una manifestación de la necesidad de tocar la sensibilidad de la gente mediante acciones totalmente diferentes que rompan la cotidianidad” (Miembro 01, ACOC, Bogotá, entrevista grupal, 17 de junio de 2016).

Con todas estas acciones se va generando un sentimiento de fortaleza que acompaña el trabajo cotidiano de los activistas. Como se ha sustentado, en sus prácticas de resistencia a todo aquello que simboliza la militarización de la vida, los antimilitaristas reconocen los afectos como el móvil de sus acciones de resistencia, puesto que permitirse sentir y construir relaciones en afectos como el amor, la solidaridad y la libertad posibilita transformar las lógicas relacionales de las sociedades militarizadas y patriarcales.


Conclusiones

En este estudio se ha planteado que las relaciones sociales en el patriarcado se estructuran sobre un régimen de género que consiste en la imposición de reglas de clasificación que regulan las prácticas sociales y determinan la distribución desigual de poder, las cuales se extienden por medio de la constitución de instituciones androcéntricas, tal como lo es la institución militar, fundada en relaciones de autoridad y obediencia (Yuste, 2004; Otálora, 2015).

Como institución patriarcal, el ejército produce y promueve un modelo de MH. Promueve la socialización de hombres obedientes y guerreristas que, por una supuesta obligación adquirida con la nación, ingresan a las fuerzas militares. Allí se ven envueltos en relaciones que están signadas por la amenaza, la intimidación y la sumisión, que se convierten en sí mismas, en expresiones de la militarización.

Las lógicas relacionales de la institución militar se estudian sin profundizar en las constelaciones afectivas, particularmente, aquellos que se resisten a ser parte de la guerra. Sin embargo, en esta investigación, sentimientos como el miedo, la frustración, la traición a sí mismos, entre otros, tienen sentido como afectos transversales (y subsumidos) a la experiencia militar. Este estudio ha logrado comprender, siguiendo las voces de los antimilitaristas—algunos de los cuales prestaron su servicio militar— que el ejército es experimentado como una organización que socializa a sus miembros mediante rutinas y disciplinas que gobiernan y controlan los cuerpos, teniendo como horizonte de sentido la formación de una identidad (masculina) basada en sentimientos militares como el honor, el orgullo y la fortaleza. El ejército es una institución total, donde se realiza una abstracción de la vida civil para que los soldados aprendan nuevas rutinas y modifiquen sus acciones. El cuerpo sintiente de los soldados es el primer territorio de militarización, mediante rituales que buscan el sometimiento de la subjetividad. La socialización militar reconoce estos cuerpos y sus afectos y graba en ellos la disciplina como virtud, de manera que puedan convertirse en agentes para el sometimiento de otros. El soldado se forma para obedecer y ser obedecido. En las instituciones totales el sufrimiento es protagónico y las sanciones físicas son legitimadas de cara a la formación del soldado.

Los jóvenes que se oponen a esta expresión del sistema patriarcal —a que se convierta su cuerpo en objeto de homogenización y uniformidad, y sus territorios en espacios de control y sometimiento— construyen prácticas de resistencia a la guerra, el militarismo y la masculinidad hegemónica, con las que se oponen a reproducir el autoritarismo y el sometimiento, en un horizonte de construcción de relaciones basadas en valores ajenos a los contextos militares.

En este contexto de resistencia (como totalidad), los afectos recíprocos de solidaridad— amistad, amor, compañerismo— se constituyen en soporte anímico ante el sufrimiento al que son sometidos los cuerpos juveniles. Los colectivos, que se ubican en el exterior de los cuarteles, se conforman con pocos miembros alrededor de un sistema de emociones, respaldados por las relaciones que se dan dentro de los mismos y la cultura de paz que ayudan a crear.

Aunque los antimilitaristas ponen en duda los discursos de “paz” del Estado, se convierten en agentes de construcción de paz en la vida cotidiana, a través de las distintas prácticas que desarrollan en sus colectivos y que tienen impacto en sus comunidades: acciones directas no violentas, acciones de pedagogía popular, artísticas, jurídicas, entre otras.

En los espacios relacionales del colectivo experimentan transformaciones de su subjetividad y de sus sentimientos, antes moldeados por la cultura militarista y patriarcal. Es en este escenario de las relaciones y los diálogos cotidianos donde ha comprendido que resistir ante el discurso guerrerista y patriarcal, significa acoger a los actores sociales históricamente excluidos o invalidados—como lo son las mujeres—y cuestionar aspectos como los roles de género, reconociendo que las mujeres tienen un papel activo, tanto en la deslegitimación del discurso de la guerra como en la desconstrucción de este, y que la profunda desigualdad que se promueve desde la MH es una forma de violencia.

Rechazar toda forma de violencia hacia las mujeres, darles expresión a los afectos “femeninos” que la cultura patriarcal les ha hecho reprimir, construyen identidades, orientaciones y expresiones del género y de la sexualidad que escapan a las imposiciones de esa cultura. Construyen subjetividades y corporeidades alternas, asociadas a su activismo político como antimilitaristas y, en muchos casos, a su proyecto como artistas o líderes comunitarios. Igualmente, estos jóvenes se oponen a toda forma de autoritarismo y construyen entre sí relaciones horizontales, democráticas, basadas en el diálogo, la libertad y el consenso; con lo cual materializan sus convicciones alrededor de la no violencia8.

En concordancia con ello, Sharoni (2008) propone que los cambios en los significados y prácticas no son una cuestión de decisiones o elecciones personales, ni tienen lugar en el vacío, sino que están relacionados con ideales sociales y políticos. Para ella, existe una gran diferencia entre las masculinidades que se forman en el contexto de dominación y las que se forman en un contexto de emancipación.












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1* Avance de la Tesis Doctoral en Psicología que realiza el autor principal, inscrita ante la Dirección de Investigaciones de la Universidad de San Buenaventura, Medellín, con el registro 951-17.01. D01, realizado entre 2015 y 2019. En esta investigación, las personas nombradas en los pie de página 3 y 4, actuaron como auxiliares de investigación, como requisito de la Universidad al apoyar proyectos de investigación de sus docentes. La profesora Luisa Duque actuó como coinvestigadora, siendo joven investigadora nombrada por la USB en 2016 y siguió en el proyecto hasta 2019, adscrita a la línea de investigación en psicología social. El Profesor Sandoval, ha sido el director del proyecto de Tesis doctoral.

2 Sociólogo de la Universidad de San Buenaventura Medellín. Máster en educación y Desarrollo Humano. Docente investigador de la Universidad de San Buenaventura Medellín. Grupo de investigación: Estudios clínicos y sociales en psicología. Correo electrónico: carlospatiogaviria@gmail.com

3 Psicóloga. Universidad de San Buenaventura Medellín. Correo electrónico: yulicm65@gmail.com

4 Psicóloga. Universidad de San Buenaventura Medellín. Correo electrónico: pabonvalencialaura@gmail.com

5 Psicóloga. Máster en Filosofía de la Universidad de Antioquia. Coordinadora de Investigaciones de la Facultad de Psicología de la Universidad de San Buenaventura sede Medellín. Grupo de investigación: Estudios clínicos y sociales en psicología. Correo electrónico: luisa.duque@usbmed.edu.co

6 Psicólogo. Doctor en Educación de la Universidad de Antioquía. Docente investigador de la Universidad de San Buenaventura Medellín. Grupo de investigación: Estudios clínicos y sociales en psicología. Correo electrónico: carlos.sandoval@udea.edu.co

7 En la cadena Todelar, el Almirante García (2012) manifestó: “No se vería bien un par de militares cogidos de la mano, besándose, eso choca contra el sentido común y contra la ética, la moral y eso más o menos es lo que nosotros siempre buscamos que sea incólume en la institución”.

8 Para una ampliación del concepto noviolencia (diferente de no violencia), como valor y argumento del pacifismo, consultar: López M., Mario (2004; 2013).

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